Viejas historias de vida y muerte

No podemos pensar el futuro porque quien lo escriba no contará con este presente, y esto sería una traición a la historia. No hay homenajes, no hay reconocimientos, no hay laudos de la memoria, todo lo que queda es un lento olvido de los hechos, que guardamos como la más preciada de las prebendas. Los hechos no son demagógicos sino reales, la historia es, por naturaleza, demagógica. El relato de los hechos no son los hechos sino su sublimación. El olvido protege secretos inconfesables que el peso de la memoria no puede sobrellevar perennemente. Todas las historias son viejas ya antes de suceder. Reconocemos un antes y un después de los hechos que suceden, hay un instante en que el tiempo se detiene y las cosas que suceden no se enmarcan en la realidad.

La historia escribe que la última palabra no da paso al silencio sino a los hechos fríos, que son contundentes, que gobiernan el mundo. La historia de las fechas célebres es mitología, y el mito cose la historia hilo a hilo con tal minuciosidad, que finalmente pareciera que la historia es más real y puntual que los propios hechos que narra.

La vida necesita imperiosamente escribir la historia para olvidarla, pero no lo consigue, como no lo conseguimos nosotros. ¿Quién dijo que somos memoria viva? Somos olvido, tal vez por eso somos. La historia se extravía en un registro fósil de los actos humanos, épica legendaria si se quiere, en el fondo relato de la vida que fue.

La delicada piel de la historia está llena de viejas cicatrices y por ella asoma el esqueleto desnudo de la Civilización.

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