Vacuna anticovid: La buena estrella
La inversión previa en ciencia ha permitido disponer en un tiempo récord de varios productos exitosos y combatir al monstruo no solo con el escudo de la inmovilidad social
maría francisca colom valiente
Domingo, 16 de mayo 2021, 08:12
En octubre de 2019, invitada por el Círculo Escéptico y la Diputación de Bizkaia, participé en Bilbao en el ciclo 'Alternativas a la medicina: entre ... la fe y el fraude'. Mi disertación se tituló 'Vacunas: siguiendo una estrella fugaz'. En ese momento, nadie podía imaginar que pocos meses después otra 'estrella' no tan fugaz iba a cruzar la vida humana en toda su globalidad para cambiar el mundo que conocemos y dejar mi conferencia obsoleta y lejana.
Mi estrella era un arribista que quiso resplandecer con un hallazgo científico mentiroso, cuestionando la vacunación infantil por su vinculación con falsos efectos secundarios. Llamarle 'estrella fugaz' era una deliberada forma de resaltar la feliz idea de que esa luz de gas se apagó abatida por la ciencia. No sé dónde andará en estos días pandémicos ese astro opaco, pero tal vez solicitando su dosis del preciado néctar de este tiempo marca Pfizer, AstraZeneca, Sputnik o La Soberana.
Si las vacunas son posiblemente el fármaco más inteligente y útil que ha desarrollado la Humanidad, esta última es toda una demostración de sagacidad, capacidad de reacción, eficiencia y ¿solidaridad? Ojalá la UE se una a la liberalización de patentes propuesta por Biden. Sería un nuevo hito que se apunta esta pandemia. Un punto a favor frente a demasiados en contra.
Desarrollar una vacuna es un proceso tremendamente complejo y muchas veces descorazonador y frustrante. Algunos de los microorganismos que la Humanidad conoce bien desde hace décadas no se dejan controlar mediante vacunación, mientras que otros, como los causantes de la viruela y la polio, están prácticamente olvidados gracias a ella. La vacunación invisibiliza enfermedades terribles como el tétanos y la difteria, lo que paradójicamente induce a algunos necios a asegurar que se vacuna contra males inexistentes. Cosas estas que acaban volviendo a traer muerte por estupidez y omisión de responsabilidad.
Desafortunadamente, algunos microorganismos siguen causando estragos, como el plasmodio de la malaria y el virus del sida. El esfuerzo por obtener vacunas contra ellos está siendo titánico y cuenta ya con muchas décadas de estudio con éxitos difíciles de consolidar. Sin embargo, esa inversión en conocimiento y desarrollo técnico ha contribuido significativamente en al éxito sin precedentes de la vacuna anticovid19.
Obtener vacunas puede ser una empresa muy diferente en enfermedades aparentemente similares. Las fases ineludibles de su desarrollo están llenas de oportunidades de encallamiento y fracaso. Para empezar, es importante conocer el microorganismo que causa el problema y, mejor, la parte exacta que hace que nuestro organismo lo reconozca como un alienígena: el o los antígenos. Una vez identificada esa parte, hay que buscar la forma de aislarla de la que produce los efectos negativos. Nos quedamos con el antígeno para reconocerlo, pero eliminamos la virulencia, la capacidad de causar enfermedad.
En este proceso podemos dar con el identificador idóneo a la primera o tras muchos intentos; o descubrir que no es sólo uno; o, lo que es más complicado, que la misma molécula antigénica es la que produce daño. Y para los candidatos a antígeno hay que demostrar que efectivamente lo son porque inducen una respuesta en el ser que los recibe, para lo cual hay que manejarlos de forma que se puedan administrar a individuos susceptibles. Todo esto es lo que llamamos «fase preclínica», en la que además hay que testar que estas moléculas no resulten tóxicas. En algunas vacunas esta parte del desarrollo lleva muchos años de estudio, como la del virus de la inmunodeficiencia humana (virus del sida), que ha necesitado 40 años de investigación para superar la fase preclínica, ya que sus antígenos cambian con mucha frecuencia y no permiten que la respuesta inmune desarrollada sea efectiva.
A partir de una fórmula efectiva no tóxica, se puede pasar a las fases de ensayo clínico, en las que digamos que se prueba el prototipo en voluntarios. Primero se estudia la efectividad para generar respuesta inmune; después, el ajuste de dosis y la necesidad o no de repetirla y, en su caso, cuándo. En las últimas etapas se administra a grupos grandes de población con diferentes características por si los efectos adversos sólo aparecen en determinados colectivos o minorías. Si todo ha ido bien, se comercializa y distribuye a la población general, manteniendo la vigilancia sobre los efectos adversos, caída de la efectividad, etc.
En la historia de las vacunas, estas etapas han sido siempre secuenciales. Superada una con éxito se pasaba a la siguiente. Esto da fiabilidad al proceso y ahorra el riesgo de dar pasos inútiles. Ahora bien, ante la terrible pandemia del covid-19, a partir del momento en que se supo quién la producía y se caracterizaron las primeras cepas del virus, se inició la frenética carrera para desarrollar una vacuna eficaz que detuviera este desastre. La Humanidad ha tenido la gran suerte de haber hecho una inversión previa en desarrollo científico que ha permitido que se pongan en marcha varias estrategias de fase preclínica y, por fortuna, muchas de ellas han sido exitosas. Por eso tenemos vacunas diversas y útiles, no sólo producidas por diferentes compañías sino realmente distintas. Después se han solapado las fases clínicas para ganar tiempo. Así que ya se estaba buscando la dosis idónea cuando aún no se había terminado de asegurar la efectividad, y ya había ensayos clínicos en diferentes edades cuando aún no se sabía (ni se sabe) el tiempo que permanece activa la inmunidad inducida. Estamos viviendo en directo, a través de los medios, los últimos ensayos clínicos en embarazadas, adolescentes y niños, cosa que nunca había sucedido antes. Solapar las etapas es arriesgar a que el tiempo, el esfuerzo y los fondos invertidos se vayan al traste, pero está claro que perdemos más dejando correr al monstruo sin disponer de tratamiento y protegidos sólo con el escudo de la inmovilidad y la parálisis económica y social. La buena estrella nos ha acompañado.
Pero quedan los trombos. ¿Encajan en el éxito de la vacunación? La respuesta es sencilla; solo hay que caer en la cuenta de que, después de 14 meses de pandemia, nos preocupa más 'el caso' de trombosis post-vacuna entre millones de vacunados que los más de 200 muertos por el covid-19 (muchos por trombos) que todavía nos sirven a diario los informativos. Porque esos, si no son de casa, están ya asumidos. Lo que sucede por acostumbrarnos a la anormal vida pandémica.
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