Las truchas ibéricas, en peligro
«Lo cierto es que llevo más de medio siglo pateando asiduamente los ríos trucheros castellanos y leoneses y no veo motivos para ser optimista, sino más bien todo lo contrario»
Juan Delibes, biólogo
Miércoles, 23 de marzo 2022
Arranca la temporada truchera y, como viene siendo habitual en los últimos años, detecto cierta euforia tanto entre algunos pescadores como en la propia Administración. Estos últimos, complacidos tras promulgar en el año 2013 una acertada ley de pesca que promueve el no matar y devolver al agua buena parte de las capturas. Los primeros, por considerar que ahora hay más truchas y de mayor tamaño que antes de promulgarse la ley. Lo cierto es que llevo más de medio siglo pateando asiduamente los ríos trucheros castellanos y leoneses y no veo motivos para ser optimista, sino más bien todo lo contrario.
En marzo de 1966 Miguel Delibes, mi padre, me regaló un equipo de pesca por mi cumpleaños y me llevó todos los días de la Semana Santa al río Rudrón. Desde entonces no he dejado de pescar sistemáticamente año tras año. En el Rudrón, en ocasiones, me paseaba en un bote de remos de madera un seminarista de Valdelateja. Hoy día, esa barca probablemente no cabría en el río, que posee un caudal cuatro veces menor y en verano se puede cruzar saltando de piedra en piedra.
En un país árido, cada vez con más población e industria, la demanda de agua es mucho mayor y el caudal de los ríos ha mermado de forma drástica. La contaminación en estas circunstancias es mucho más agresiva y letal para las truchas. Aunque no todo es negativo, ya que la reciente obligación de depurar los vertidos de muchos grandes municipios ha conseguido que las aguas trucheras se hayan extendido a muchas zonas bajas de ríos que se hallaban excesivamente contaminadas cuando yo era niño, como por ejemplo el Órbigo, Esla y Sil.
Quizás, a consecuencia de la contaminación, en la actualidad apenas se ven las eclosiones de insectos acuáticos que existían antaño, de los que se alimentan las truchas. A los ingleses les preocupa más la falta de insectos acuáticos en sus ríos que de truchas. De esa repentina pérdida de biodiversidad de insectos podemos dar fe los pescadores de mosca con una perspectiva de varias décadas.
La temperatura del agua
Pero el factor que parece decisivo al hablar de las poblaciones ibéricas es la temperatura del agua. El cambio climático, aunque lento, es inexorable y provoca que algunos ríos de montaña superen hoy la temperatura límite para las truchas. La temperatura ideal se encuentra sobre los 12 grados, pero a partir de los 21 grados las truchas entran en estrés térmico con lo que no se alimentan, no crecen, disminuye su ritmo de actividad y su sistema inmunitario se debilita, volviéndose más sensible a las enfermedades.
Un estudio llevado a cabo en el río Tormes entre las provincias de Ávila y Salamanca demuestra que durante todo el verano las temperaturas superan con creces el límite de estrés térmico. La población truchera de los ríos del Pirineo Navarro se halla en franco declive por la misma causa. Hace algunos años, Ana Almodóvar, científica y catedrática de la Universidad Complutense de Madrid, ha pronosticado la extinción de la trucha común en la Península Ibérica en un plazo de 100 años, que podría ser inferior en muchos casos. El cambio climático sería una de las causas principales, aunque cada cuenca tiene su propia problemática.
«Ríos como el Órbigo, el Esla o el Sil conservan aún buenas poblaciones trucheras»
Presumiblemente las últimas en desaparecer serán las de los ríos regulados por embalse, ya que la crisis térmica veraniega no les afecta al desembalsar agua fresca en esa estación. Ríos como el Órbigo, el Esla o el Sil conservan aún buenas poblaciones trucheras, y el caso de éste último es un buen ejemplo de recuperación.
Creo en la ciencia y me asombra que, aunque el declive truchero es manifiesto, ninguna institución parece tomarlo en cuenta. Como biólogo y hombre de campo, me da la sensación de que estoy asistiendo en primera persona al fin de la trucha que profetiza Ana Almodóvar. Quizás algunos pescadores lo ignoran porque frecuentan sistemáticamente los ríos que mantienen mejores poblaciones trucheras, pero la impresión de otros es que asistimos a un viaje sin retorno.
La Junta se apuntó un tanto esencial con la ley proteccionista de 2013, pero ante la amenaza actual resulta insuficiente. Los guardas de Castilla y León elaboran un censo periódico en distintas estaciones trucheras de la comunidad. La conclusión general es que las poblaciones disminuyen lentamente, aunque algunas se incrementan de manera notoria, o se mantienen. Los resultados apenas reflejan declives drásticos, e incluso se dan por buenas las densidades de bastantes ríos. A tenor de estos resultados me asombra, por ejemplo, ver que mi querido Rudrón incrementa su población, cuando muchos pescadores lo vemos bajo mínimos; o bien que el Omaña, en la Omañuela, posea una «densidad alta» de truchas. Obtienen buena nota ríos que conozco a fondo como el Eria y el Cabrera, y que yo diría que se hallan en un estado muy preocupante.
En ríos que no arrojan malos resultados, como el Carrión, la propia guardería reconoce que la tendencia es claramente al declive, y que realizan muestreos en las zonas con agua, pero que en verano cada vez es mayor la superficie de río que se seca. El criterio de la Junta fue no dejar matar un pez en los ríos que consideraba sin guardería –las zonas libres–, pero dejar un cupo de cuatro truchas en los cotos y de dos en los ARECS –aguas en régimen especial controlado–, porque presumiblemente se hallan vigilados.
Cuatro truchas por coto
La red hidrográfica de Castilla y León es tan amplia que la gran mayoría de los días que vas a pescar no ves un guarda, ni en cotos, ni en ARECS, ni por supuesto en lo libre. Un cupo de cuatro truchas por coto es una utopía que apenas se consigue, porque no las hay, y si se consiguiera sería una puñalada fatal para el río. Cada vez, además, la demanda hace que se creen más ARECS con muerte, con lo que la inicial filosofía de no matar se va diluyendo.
Creo que la Junta vive en un mundo ajeno a la realidad y no es consciente de que las truchas están desapareciendo inexorablemente de las tres cuartas partes de los ríos de la región. Con 18 años tuve un Citroën 2 CV y prospecté a ciegas decenas de remotos regatos de la llanura castellano y leonesa, casi desconocidos. En la práctica totalidad encontré poblaciones sanas y abundantes de truchas. La mayor parte están hoy muertos por los regadíos agrícolas.
Urge tomar medidas, como podrían ser reducir los cupos y la pesca con muerte, además de llevar a cabo trabajos científicos para conocer cuáles son las causas del declive en cada río. El área de distribución de la trucha ibérica ya se está reduciendo, y este año presagia un estiaje muy duro por las escasas precipitaciones invernales. He pescado truchas en los mejores santuarios del mundo y puedo dar fe de que Castilla y León ha sido, con diferencia, una de las regiones trucheras punteras del planeta. Tenemos la obligación moral de concienciarnos del problema e invertir esfuerzos y dinero para paliarlo.