Trump y todos esos mindundis
«Los dirigentes mundiales juegan el papel de invitados pobres en la boda del pariente rico»
¿Usted se ha sentido alguna vez un mindundi? Me temo que sí, la vida se complace en recordarnos que somos unos pelanas, unos don ... nadie, carentes de la más mínima importancia e influencia. Siempre difuminados en la multitud, sin saber lo que es el protagonismo, aplaudiendo vidas ajenas, envidiando vidas ajenas. Ya saben perfectamente de qué les hablo. Y, sin embargo, a la vida, de vez en cuando, le gusta gastar bromas. Por una vez, esos a quien siempre vemos en lo más alto de la tribuna, acaparando las miradas, admirados por todos, les ha tocado el papel de pelagatos, muñequitos anónimos. Sánchez, Macron, Meloni, Starmer, Erdogan, hasta el presidente de la FIFA, Infantino, que qué hará allí, todos los mandamases detrás de Trump como títeres.
Muñequitos de cartón, sombras chinas cuya única función es la aplaudir, alabar, asentir, cabecear con sumisión ante la vacua oratoria del presidente de EE UU. En esa farsa de tratado de paz –no sé si seguirá vigente cuando este artículo se publique–, en ese trágala donde ni están Israel ni Palestina –qué acuerdo será ese con los contendientes ausentes–, los dirigentes mundiales juegan el papel de invitados pobres en la boda del pariente rico.
Trump se dirige a ellos con una condescendencia insoportable, como si fueran niños o como si fueran tontos, y un saludo amable o una mención es el mayor de los triunfos diplomáticos.
Apuesto a que esa paz orquestada ad maiorem gloriam Trump tiene menor caducidad que una gamba descongelada. Una farsa, teatro del malo, un ególatra ridículo, un sujeto peligroso rodeado de marionetas, de fantoches. Joder, qué tropa.
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