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Cierta vez, le preguntaron a un espantapájaros que si no se cansaba de estar todo el día allí plantado, en medio del campo, ahuyentando a las aves. No, nunca, contestó. El placer de asustar es profundo y duradero, nunca me fatigo. A menudo pensaba en ... esa imagen de Gibran cuando mis hijos eran pequeños y veíamos dibujos animados de Supermán, de Batman, de las Tortugas Ninja… Lex Luthor, el malo de Supermán –en Spidermán eran más– nunca se cansaba de serlo, volvía una y otra vez a sus prácticas. Yo les preguntaba a los niños que por qué eran tan malos, que qué objetivo perseguían con su maldad. Pues dominar el mundo, replicaban, mirándome como si fuera tonto. ¿Y para qué?, insistía yo. A eso ya no me decían nada.
El lunes, viendo la toma de posesión de Trump, me pareció estar viendo a Luthor, al Joker, al espantapájaros de El Profeta, disfrutando del placer de asustar. Elon Musk, en un lugar privilegiado –la entrada le costó casi 300 millones de dólares– también ponía cara de villano de serie B cuando el nuevo presidente prometió que EE.UU. llegaría a Marte. Qué desazón, qué intranquilidad, ni la risa demencial del Joker me ponía más nervioso. Apagué la tele, pero eso no revertió la normalidad ni anuló los casi ochenta millones de votos que ha tenido el loco del pelo naranja. ¿Cómo hemos llegado a esto? Muros de acero con México, abandono de la OMS, salida del Acuerdo de París, incentivo de los combustibles fósiles, aumento armamentístico, aranceles, fanatismo religioso… ¿De verdad somos así? No tengo ni idea de lo que pueda pasar, pero espero que Clark Kent no tarde en llegar.
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