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Recordaba Carmen Martín Gaite en su ensayo 'Usos amorosos de la posguerra española' una anécdota escuchada en su juventud sobre una señorita «de Palencia o ... de Valladolid» con un novio que era un sinvergüenza y un gañán. Pese a que familia y amigas le recomendaban que le dejase, ella aguantaba humillaciones sin inmutarse. El día de la boda, cuando le preguntó el cura que si quería a aquel hombre por esposo, respondió con seguridad: «No, señor». Dirigiéndose a los invitados que llenaban la iglesia, añadió: «Y, si he llegado hasta aquí, es para que sepan todos ustedes que si me quedo soltera es porque me da la gana». Martín Gaite decía que esta mujer se merecía un monumento, como Agustina de Aragón, tanto si esta historia fue realidad o una invención brillante para desengañar al vulgo de esa obligación que hasta hace bien poco pendía sobre mujeres, y hombres: la de sentirse válida solo si eras «elegida». Esto fue hasta hace bien poco: recuerdo la surrealista réplica que me dio una señora a la que pedí que no se colara para pagar en el super: «Pues vaya vinagre, seguro que usted no está ni casada».
Estas cosas me vinieron a la cabeza repasando los carteles de la exposición que puede verse en una de las salas de la Biblioteca de Castilla y León, que coincide con los cien años del nacimiento de la salmantina. 'Lo raro que es vivir', se titula, casi como una de sus novelas más conocidas. Sí, vivir es raro, incomprensible; raro porque nuestro paso por el planeta es una llama breve y única. Una vez crucé unas palabras con Martín Gaite. Íbamos en un grupo, por las calles de Segovia. Yo no había leído nada de ella por entonces; pensé que era una mujer simpática, algo excéntrica, con su pelo largo y cano y su boina inseparable. Pensé que menuda, pero igual no, porque los altos calibramos tamaños desde arriba. Por entonces, la mayoría no se tomaba muy en serio a las mujeres escritoras; quizás yo misma no me las tomaba muy en serio. Llevó tiempo cambiar esa percepción, y aún estamos en ello.
Estos días tengo en mis manos una biografía muy buena sobre la autora, escrita por José Teruel. Carmen no se daba demasiada importancia. Era consciente de los límites de su obra, y consideraba que cada nuevo libro era un intento de encontrar un nuevo ángulo sobre lo mirado tantas veces. El escritor, como cualquiera, es un rumiante que vuelve cien veces sobre asuntos «que se entierran y vuelven a asomar».
Coincide en el mercado esta biografía de 493 páginas de Martín Gaite con otra, también estupenda de Rosa Chacel, 'Íntima Atlántida', con 568 páginas, unas pocas más. Aunque la vallisoletana y la salmantina pertenecen a generaciones diferentes (la Chacel es de 1898, y Gaite, de 1925), fallecieron con apenas seis años de diferencia. Carmen vivió la experiencia de la separación de Sánchez Ferlosio, aquel que le «enseñó a habitar la soledad», y Chacel del pintor Timoteo Pérez Rubio, que nunca asumió. Cabían tormentas dentro de esa mujer cuya estatua nos hemos acostumbrado a ver sentada en un banco frente a Poniente, eterna observadora de la ciudad. «Ventanera», como también se describía Carmen Martín Gaite.
En su doble de bronce Rosa no parece contenta, y en su biografía tampoco. Es intensa, doliente, contradictoria. Lo pasaba mal y a la vez reconocía que encontraba «verdadera satisfacción en resistir la corriente. Darles lo que piden sería estúpido». En fin, el ser, a mil por hora, aunque para algunos eso sea antipatía castellana. Es curioso que a ella se la reprochen, cuando no es la simpatía cualidad extendida entre los escritores, y no creo que haga falta recitar nombres.
Qué lejos quedan las biografías de autores que estudiábamos en clase de Literatura. Cuatro datos históricos y el listado de las obras; apenas nada de su vida privada, de sus opiniones o sentimientos. Las biografías de las próximas generaciones no se cerrarán nunca: siempre podrá encontrarse un documento nuevo, un archivo de ordenador, una grabación de radio o televisión, un apunte en internet. Anna Caballé dedicó doce años a Chacel para escribir este libro honesto, que se centra en comprenderla. Pulir su esencia, incluidas sus incoherencias y su cara de vinagre, por qué no.
Con todo, no estoy de acuerdo con la publicidad de las editoriales, cuando subrayan «He aquí la biografía definitiva». Imposible. Quién puede ordenar y entender plenamente la existencia de una persona, y menos aún la propia existencia. Por algo dicen que, peor que una biografía, es casi siempre una autobiografía.
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