Tootsie y otros modelos de mujer
«Los Macron podrá probar legalmente con facilidad que Brigitte es una mujer biológica, pero no creo que les sirva de mucho»
Dustin Hoffman una vez encarnó a una mujer de bandera: Tootsie. Es la historia de un buen actor que no consigue trabajo por su carácter ... conflictivo y que, para salir del paro, se presenta disfrazado a un casting para un papel de mujer en una serie. Es tan convincente que en un primer momento le rechazan por ser «demasiado femenino». A partir de ahí cambia de registro y, como se dice hasta la saciedad ahora, se «empodera», sacude verbalmente, e incluso en la entrepierna, a los hombres que la tratan como una muñequita. Eso sí, siempre con los deliciosos modales de una representante de Avon.
Su actuación es tan brillante que se convierte en un personaje esencial en la telenovela. En cierto sentido, es más mujer que las verdaderas mujeres, más femenina que cualquiera de ellas, preocupado como está de que no se note que tras el kilo de maquillaje está Dustin, vamos, un tío con toda la barba. En un ambiente que hubiera encantado a Weinstein y a sus colegas, Tootsie no está dispuesta a que le cacheteen el trasero o le llamen encanto. Se salta el guion de la serie para aplicar métodos expeditivos, como comprar un pincho de ganado para inmovilizar a todo hombre que se propase con las enfermeras.
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Me gustaría saber qué hubiera hecho Tootsie si fuera Brigitte, la mujer del presidente francés. Los Macron están decididos a presentar pruebas científicas para demostrar que ella nació mujer. Parece una tontería, pero lleva circulando bastante tiempo, e incluso han dado voz al rumor alguien más que perfiles cobardes de las redes sociales. Ella siempre ha estado en el punto de mira: que si es mayor, que si le trata mal. El papel de las parejas de los hombres con poder es escrutadoramente analizado, como si todas las parejas fueran muy normales y ejemplares. No merece la pena detenerse mucho sobre este punto, ya que no se les exige pruebas de su felicidad conyugal… al menos por ahora. Pero el tema de si es una mujer o un hombre es más retorcido. Brigitte probablemente use peluca, no tan raro en gente que tiene que aguantar fotos desde que sale de casa, y está claro que es mayor que su marido, pero no hay muchos más motivos que puedan probar la peculiar teoría.
Esa sombra maledicente sin prueba alguna sobre la supuesta transexualidad se repite: ya se habló de lo mismo con Michelle Obama y por aquí con la mujer de Sánchez. En general, las mujeres que tocan poder tienen papeletas para ser etiquetadas como marimachos o como zorras, según su atractivo físico. Ya les pasó a Ángela Merkel y a Margaret Thatcher, «el mejor hombre de Inglaterra». Esas difamaciones, bulos como ahora se dice, no son cosa nueva, aunque hoy su pestilencia llegue a millones de personas. No ser tan mujer como se debería es una de las preferidas, aunque hay otras, muchas referidas a preferencias estrictamente privadas. Una soltería, una actitud, una forma de sentarse, de hablar o vestir… puede ser utilizada para lanzar esa sombra. Es un ataque del que es difícil defenderse. Porque ¿a quién le importa qué tipo de mujer u hombre eres?, ¿quién tiene derecho a exigir que ames, duermas o tengas sexo con una persona u otra? Ante esos rumores la mayoría de las personas aprieta los dientes y aguanta. Nadie tiene por qué explicar lo que es o no es, aunque se muera de rabia, porque la mentira no es inocua, y hace daño también a su familia, a su gente. Es demasiado fácil herir con un comentario sin más, que va rebotando entre risitas de un lado a otro.
Los Macron podrá probar legalmente con facilidad que Brigitte es una mujer biológica, pero no creo que les sirva de mucho. Hay gente que está en guerra permanente con la realidad, el desvarío es muy adictivo y viven la mar de cómodos instalados en el desprecio. Además, detrás de la lógica perversa de que hay mujeres que no son verdaderas mujeres está la de que los hombres que están con ellas no son verdaderos hombres. Porque los que ejercen esa crítica rastrera buscan esa humillación doble, tan ridícula como cruel. Atribuirse el tarro de las esencias de la hombría.
En la película de Sydney Pollack, cuando por fin Michael-Dustin se despoja de la peluca y los pechos postizos, un vetusto galán de tercera al que Tootsie había rechazado siente alivio: «Por eso no pude seducirla, no era en realidad una mujer». Sin duda él era irresistible, el problema es que ni en 1982, ni mucho menos ahora, quedaban mujeres, ni hombres, como «los de antes». Cada generación vive en el ahora, con sus magulladuras y encantos.
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