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El otro día estuve a punto de tirar el libro más caro que he comprado, 3.890 pesetas del año 1987, un kilo setecientos gramos ... de peso y 1055 páginas tupidas de letras y curvas de oferta y demanda. Digo que estuve a punto porque al día siguiente falleció uno de los autores de aquel manual que quiso que compráramos el profesor de Economía, la bestia negra de Periodismo. Creo que no compré ningún manual más en toda la carrera, el resto fueron apuntes y fotocopias. Hice aquel desembolso como quien paga por un gimnasio y luego no va: por mala conciencia. Los números persiguen a los periodistas, pero los periodistas casi siempre corremos más lejos.
Falleció con 81 años Stanley Fischer. Apareció algún obituario breve, y también comentarios críticos: «intervencionista», «colonial» o, el más delicado en estos momentos, ex presidente del Banco de Israel. Fischer nació en Lusaka, cuando Zambia aún era un protectorado británico. Su padre era letón y su madre lituana. En secundaria, se unió al grupo juvenil judío, y leyó a Keynes. Acabó estudiando en Londres y después dando clase en Estados Unidos hasta finales de los ochenta. En esa etapa académica publicó con algunos colegas dos manuales que han educado a varias generaciones de economistas. Luego pasó a la práctica: Fondo Monetario Internacional -que no dirigió por los pelos, Lagarde le ganó la partida-, Banco Mundial, Banco de Israel, vicepresidente de la Reserva Federal recuperado por Obama... Alguien dijo de él que era lo más parecido a un «médico de campo de batalla» que tenía la economía mundial. Reservado y reflexivo, tomó decisiones que afectaron a millones de personas, a países enteros. Su último desempeño fue como asesor de Black Rock, un gigante de gestión de inversiones en combustibles, armamentística, bancos, sector inmobiliario…, con activos por todas partes, España incluida. Puestos en los que no hay un mirlo blanco: digamos que el objetivo principal es que el corazón del 'paciente', la economía global, no pare, sin entrar en detalles que, bastantes veces, son vidas.
Buscaba yo en las páginas del libro que escribió con su colega Dornbusch, Economía, el apartado de ética, pero el glosario salta de las estructuras a los excedentes. Hay un capítulo que se titula «el interés público, las externalidades y la regulación», y es congruente, porque las normas tienen mucho que ver con proteger el interés de todos, porque ningún avaro sabe autorregularse. En ese capítulo se mencionan, por ejemplo, contaminación, salud, seguridad, calidad, el uso del tiempo de la familia, el ruido y hasta el tamaño óptimo de los automóviles. En fin, cosas concretas con el beneficio y coste que suponen. La lógica del dinero es fría y muchas veces despiadada, pero al menos lógica, en unos tiempos en los que la lógica política es como aquella canción tan profunda, «todos queremos más y mejor».
Ni Fischer ni Dornbusch eran comunistas, claro está, pero dejaron escritas las contradicciones del sistema en el que creían. Por un lado, que es comúnmente aceptado que el trabajo y el esfuerzo deben retribuirse con una renta; por otro, que la sociedad no funciona si hay personas que no pueden alimentar a sus hijos y otras que ni siquiera pueden contar su fortuna. Que las reducciones de impuestos fundamentalmente enriquecen a los ricos, desigualdad que se tolera solo en beneficio de un mejor funcionamiento de la economía. Que son necesarios los impuestos y la redistribución de la renta, y que a la vez es imposible lograrla sin generar cierto despilfarro –«el cubo que gotea», lo llaman–. Incluso mencionan el «impuesto negativo sobre la renta», que se parece mucho a la propuesta actual de renta básica universal.
Hay un último apartado en el libro titulado 'Los grandes temas', entre los que destaca la distribución mundial de la renta. En los grandes temas todos, no solo los economistas, hemos fracasado o avanzado poquísimo. Un colega destacaba de Fischer su «honestidad y humildad al servicio de la humanidad», palabras que no suelen conectar con nuestra idea de un directivo del FMI, pero quién sabe. Como los médicos, puede que el objetivo a esos niveles sea aplicar la mínima cirugía. Es curioso que uno de los últimos párrafos se titule 'Estaba casi en lo cierto Marx', un aviso para navegantes. Recuerda que, a principios de la década de los 30, durante la Gran Depresión de Estados Unidos, a muchos les pareció que Marx tenía razón y que el capitalismo estaba condenado… hasta que la economía, las vidas de todos, mejoraron. «Las crisis tardan más de lo esperado en desarrollarse y cuando corren, avanzan mucho más rápido de lo esperado», eso decía Fischer, experto en capear burbujas y crisis financieras.
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