Los jóvenes no protestan bien
«Salvo para cuatro iluminados, manifestarse es un ejercicio de generosidad. No vas a estar cómodo con todo lo que escuchas o ves, pero piensas que es necesario»
Creo que la vez que hice más huelgas fue en COU, con el referéndum de la OTAN a las puertas. De hecho, fue entonces cuando ... nació el hoy un tanto despistado sindicato de estudiantes. Más alto o más bajo, en los pupitres la voz era unánime en contra de la militarización, en un tiempo en el que la «mili» esperaba como pájaro de mal agüero al terminar el instituto a nuestros compañeros. Hubo protestas y faltamos a clase, a veces para ir de manifestación y otras porque nos vino bien quedarnos en casa. No había fisuras en nuestro pensamiento, a pesar de que un profesor nos dijo que igual si salía «No» Estados Unidos dejaba de importar los zapatos de Alicante. ¿Cómo podía comparar vender zapatos con las vidas de la gente? Así pensábamos entonces, como si fuéramos inmortales. Como si no tuviéramos nada que perder, y el mundo hubiera comenzado con nosotros. De cualquier forma, hubo referéndum y con González entramos en la OTAN. En torno a 1994 llegaron las protestas del 0,7%, y también salieron los estudiantes a la calle. Y en 2004, el motivo fue la guerra de Iraq. Causas parecidas, transversales, lejanas. Son la antítesis a ¿qué hay de lo mío?, que viene a ser la vida adulta.
Hoy la causa de la protesta es el padecimiento del pueblo gazatí. La semana pasada hubo huelga y 31.000 estudiantes faltaron a clase en Castilla y León, concienciados o porque les dio la gana, aunque los que sí fueron al aula también puede que apoyen la causa palestina. Son formas de actuar, y las cifras tampoco pueden estrujarse para dar o quitar la razón. Plantar cara en una protesta no es fácil. Hay que dedicar tiempo, permanecer, escuchar arengas de líderes que, a veces, están ahí por exclusión, porque nadie más da un paso al frente. Salvo para cuatro iluminados, manifestarse es un ejercicio de generosidad. No vas a estar cómodo con todo lo que escuchas o ves, pero piensas que es necesario.
Decía Emilio Lledó que el día que perdamos la utopía volveremos a la caverna. De alguna manera, madurar es tomarle las medidas a la caverna, y hasta encontrarla confortable. Mantener el fuego encendido, contar con comida suficiente y hasta vender los zapatos a la tribu de al lado son capítulos necesarios si quieres seguir vivo, sí. La juventud es el momento de buscar la luz absoluta, de creer que hay una fórmula para reparar este averiado mundo que ha pasado desapercibida para las generaciones anteriores. Porque en esos años no tienes nada y puedes desprenderte de todo. Hay pocos adultos que conserven esa actitud. Hace pocos días se recordaba en un acto celebrado en Segovia a Aurelio Quintanilla, «Yeyo», activista puro de todas las causas justas y difíciles, fuera la del pueblo saharaui, la violencia contra las mujeres, la sanidad y la educación públicas… él siempre estaba ahí, en el grupo que sujetaba la pancarta. También tendría dudas, pero su actitud de respuesta era permanente: «Yo, con el débil».
Siempre ha habido gente, poca, que ha dado la cara. Siempre ha habido muchos que, aun compartiendo el apoyo a las causas justas, nos quedamos unos pasos atrás. También existe una parte importante de personas ajenas a todo. Lo que parece estar creciendo, o hace más ruido, es el segmento al que las protestas siempre le vienen mal. Si los estudiantes en Fuente Dorada eran apenas doscientos, en Facebook había casi más comentarios cuestionando y hasta despreciando su presencia. «Como si no tuviéramos problemas que arreglar en Valladolid», ponía alguno, con altura de miras. A esas personas les molestaba que sus hijos o los hijos de sus vecinos defendieran a cara descubierta, no en Facebook, la vida de los palestinos. Y eso que ni cortaron el tráfico ni se movieron de Fuente Dorada, el «manifestódromo» oficial, una placita que casi ni se ve.
Sí, el problema palestino no es por desgracia el único brutal en este mundo loco, aunque se haya abierto paso en una agenda pública que no se mueve sola. Hay siempre intereses políticos para que se hable más de unas cosas que de otras: no pueden controlar lo que pensamos, pero sí sobre qué pensamos. Aun así, la intuición de los estudiantes es la correcta: matar y dejar morir a un pueblo es un crimen. Solo si estás vivo puedes ocuparte del resto de consideraciones.
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