El arte de mandar a la porra
«Con los cercanos puede interesar hacerlo de forma educada. Por compasión, quizás. O por cobardía. En muchos casos, por interés, porque queremos desembarazarnos del problema, pero sin costes inconvenientes»
Se veía venir, la autoayuda eleva el tono. Si tras leer Cómo hacer que te pasen cosas buenas tus cosas siguen como siempre, si la ... ansiedad sigue tras terminar Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita, hay que adoptar una estrategia menos introspectiva. El problema es que estamos Rodeados de idiotas, como bien se titula otro manual. Los idiotas, claro está, son los otros, y nuestro objetivo es poner distancia, mandarlos a hacer gárgaras, mandarlos al infierno. En definitiva, mandarlos a la mierda.
Para ello puedes elegir entre Respeta mis p*tos límites o bien uno más específico: Cómo mandar a la mierda de forma educada. Este libro es uno de los más vendidos de los últimos meses, aunque parezca un oxímoron mandar a alguien a la mierda y encima presumir de hacerlo con tacto. La autora, Alba Cardalda, parece demasiado amable y joven como para mandar a la 'm' a la primera de cambio. Puede que el título sea una idea feliz del editor, porque hoy se clica y se compra lo más llamativo.
El tema es por qué tantas personas creen que no saben decir 'No'. Por la calle vamos ocupados en nuestros asuntos, no abrimos los brazos a los desconocidos, no ofrecemos alegremente nuestro patrimonio ni nuestra compañía, y a veces ni nuestro saludo. Será en el regate corto cuando no sabemos decir que no, porque a los desconocidos les mandamos a la mierda sin paños calientes. Con los cercanos puede interesar hacerlo de forma educada. Por compasión, quizás. O por cobardía. En muchos casos, por interés, porque queremos desembarazarnos del problema, pero sin costes inconvenientes.
En sí, mandar a la mierda es algo espontáneo que sabemos hacer desde pequeños. Si sientas a dos bebés en una guardería con un solo juguete, en 5 minutos uno o el otro o los dos a la vez se mandan a la mierda, aunque no digan palabras. Vete, quita, mío… es vete a la mierda en 'bebeciano'.
Otro punto a valorar es que en la portada de un libro superventas luzca la palabra 'mierda'. Hasta hace no tanto no se decía ni en las radios. En 1998, Fernando Fernán Gómez se convirtió para siempre en un señor malhumorado por decir a un persistente cazaautógrafos: «Váyase usted a la mierda». Fernán Gómez era un magnífico actor, pero también un señor con poco aguante. Al menos añadió «váyase usted», que es un modo de mandar a pastar, pero de forma educada. Unos años después, en 2003, Labordeta repitió la fórmula, «váyase a la mierda», pero dedicada a Álvarez Cascos. El ataque de sinceridad del cantautor que entró y salió con la misma mochila, sin meter nada dentro que no le perteneciera por entonces sorprendió. Ahora no sería tan fácil llamar la atención, cuando el presidente del que era el país más poderoso de la Tierra lanza a diario perlas como «he salvado el culo a ese», o «aquellos otros me besan el culo». Entre el pompis de Trump y tanto hombretón ibérico que confunde los c**ones con el valor, el discurso político demuestra una gran pobreza léxica. Ninguno ha consultado el inventario de 10.000 improperios de Pancracio Celdrán, y no digo ya llegar a la finura y puntería de Bogart en Casablanca: «Si pensara en usted, le despreciaría».
La mierda no sabemos dónde cae, pero enviando pasajeros hacia ella tratamos de sentirnos a salvo, aunque a veces seamos nosotros los que acabemos allí. Me pregunto si este afán de mandar a Sebastopol a todo el mundo, educadamente of course, tiene algo que ver con nuestra propia incapacidad de saber lo que queremos y necesitamos: vamos echando a gente, a ver si de una vez nos encontramos cómodos.
El escritor Theodor Kallifatides contaba que una tarde se presentó en la casa de Ingmar Bergman, con el que había colaborado en una ocasión, y le preguntó si le apetecía charlar sobre un libro al que estaba dando vueltas. Bergman le contestó que no le apetecía, que no quería interrumpir su trabajo. «Espero que el lector no saque la conclusión de que me enfadé o que sufrí una decepción, al contrario, sentí respeto por su actitud… simplemente me pregunté por qué yo no soy así, por qué evito en la medida de mis posibilidades causarle una aflicción a alguien o negarle un gusto». Para cualquiera, sería mejor vecino Theodor que Ingmar, aunque a su favor hay que admitir que era un genio del cine. Y también de mandar a la porra, aunque este último sea un arte muy menor.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.