

Secciones
Servicios
Destacamos
Ciudades y pueblos se ponen guapos para arañar unos segundos de atención en las ferias de turismo. Los discursos de los políticos, desde el ... presidente de la nación hasta el último alcalde, obedecen a un único patrón. Habrá cientos de destinos, pero por sus palabras solo existe uno: en todos ellos hay turismo cultural, naturaleza, gentes hospitalarias y, por supuesto, comida. Hay tanta comida que a veces da la impresión de que el viajero programará su jornada con el único objetivo de hacer tiempo para abrir el apetito. A la vez, que otros hablen bien de tu lugar de origen te reconforta, como si recibieras dividendos de autoestima. Será que nos valoramos poco cuando necesitamos tanto el aplauso de desconocidos, o cuando nos molesta si alguien dice que no le gusta nuestra ciudad. Debe ser por eso que corren a Fitur todos nuestros representantes políticos y nos cuentan a nosotros mismos, a los de aquí, que nuestra tierra es maravillosa. Y como somos nueve provincias no pueden decir que una es más maravillosa que otra, solo que todas lo son a su manera.
Los eslóganes invitan al viajero a descubrir paraísos desconocidos. Suena bien, aunque no hay nada más alejado del turismo de masas que disfrutar de lo inesperado. Viajas con el deseo de encontrar lo que ya esperas, se hace turismo de constatación. Lo más inesperado que te puede ocurrir es que el monumento esté cubierto por una malla de obra, o que haya tanta gente que apenas puedas hacer una foto decente.
Es curiosa esta igualdad de los discursos, ese tono monocorde para describir los lugares. Diferenciarse, quizás, sería renunciar a una parte de los posibles visitantes, así que la oferta se repite. Los sitios de playa presumen de que a pocos kilómetros hay montaña; los de interior, de que también tienen agua, aunque sea un embalse; los destinos de naturaleza se esfuerzan en reinventar calzadas romanas, y los que tienen monumentos en crear sendas verdes. Todos apelan a la tradición y a la modernidad, a la tranquilidad y al festejo. Todos dicen que quieren marcar la diferencia, pero, como nos ocurre a las personas, ninguno está del todo satisfecho con lo que es.
En las ferias de turismo los lugares compiten como en un concurso de belleza. La gente se arremolina en unos expositores u otros por motivos triviales, como que te regalen una bolsa bonita o te inviten a queso. Como en esas competiciones locas en las que puedes elegir con un click el pueblo más bonito, hoy la belleza del mundo se tasa en convulsiones de Internet. Los folletos hoy escasean en los mostradores, ahora lo petan gentes que viajan a gastos pagados y graban vídeos rápidos, de apenas un minuto, promocionando lugares «espectaculares» y experiencias «impactantes». Dron arriba, barrido rápido, entra la música, como en TikTok. Van tan deprisa que es fácil que el viajero así captado se decepcione: caminar hasta el destino o atender a las explicaciones de un guía, que los hay maravillosos, exige concentración y tiempo.
He leído algo espeluznante del turismo al que vamos: códigos QR para recorrer rutas con cascos, escuchando trinos de aves cibernéticas, músicas y explicaciones grabadas. Con un código puedes entrar en la habitación que alquiles, y con otro conocer tú solito una iglesia o un museo. «Visitas autónomas con aperturas desatendidas», lo llaman. Igual hasta te recibe el holograma de un rey visigodo.
El punto fuerte de esta tierra es que, salvo cuatro excepciones, hacer cola es poco frecuente y puedes caminar tranquila. Somos una reserva de silencio, un lujo muy escaso. Puede que eso disuada a los marchosos, pero cada cual tiene sus puntos fuertes: en la vida no hay como conocerse.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.