Como Shakira

A una de mis chavalas, Candelita, le pasó con lo del mundo cruel de la compraventa, que lo otro no recuerdo que le doliera, que lo importante es que te traigan regalos, sean unos tipos de Oriente en camello, tus ascendientes o el espíritu santo. Pero lo del capitalismo sí le contrarió cuando en su preadolescencia intentó vender un juego de una maquinita que manejaba con soltura desde que aún hablaba con media lengua. Acudimos a una tienda y, sin dejarme intervenir –era su negocio y no quería protección–, preguntó cuánto le daban por esa minúscula tarjeta y con lo obtenido comprarse otra. La respuesta del dependiente fue la extraordinaria cantidad de cinco euros y lo que pretendía costaba diez veces más. Todo digna, le arrebató de la mano su propiedad y espetó un «vaya cara».

Pretendí mediar entre la encorajinada niña y el maldito capitalismo, pero ni uno ni otro atendieron a razones: mi hija porque lleva el airado pronto como reputación y el otro por su filosofía de quien no tiene parné, pues a galeras a remar.

Supongo que habrá intentado vender más cosas en estos años en tiendas de segunda mano en Internet. Hablaré con ella y ya les cuento. Pero le propondré que enajene sus tesoros a un fondo de inversión como Dylan o como Shakira, que por generación sabe mejor quien es. Pagan bien y no tienes necesidad de ver el careto a un desalmado tendero, como aquel que le desveló que el capitalismo no es su padre, como los Magos.

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