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Viajar en autobús es una mala experiencia. A bordo, estás secuestrado (voluntariamente, claro), pero aún es peor cuando comienza el viaje: detenido, y nadie te ... ha leído tus derechos. Uno de ellos es el que viene empotrado de serie con la fisiología básica, contra el que atenta la lógica de las cosas y la ausencia de piedad. Es cierto que en trayectos largos ese transporte cuenta con lavabos, pero mejor no quieras tontear con uno de ellos, con el agravante de que ese espacio viaja contigo desde Gijón a Sevilla. Quizá sea que por esas y otras razones no haya asociaciones de amigos del autobús, mientras que proliferan las de loas al ferrocarril.
Las líneas regulares actúan además en régimen de monopolio. Por ejemplo, la empresa que gestiona, entre otras, la Valladolid-Zamora. Son cien kilómetros que se cubren en hora y media larga, larguísima. Recorre y para en cada pueblo, y los coches directos son tan escasos como el alumbramiento de leonardos, einsteins o pitágoras.
Por eso, los miembros de la 'res publica' pasan de ese medio de transporte tan… democrático. Generalmente, se trasladan en coche estatal: es gratis, rápido, puedes vulnerar las normas de tráfico porque tienes prisa y paras a tu antojo. Parten de un palacio y desembarcan en otro. En cambio, el usuario de autobús arranca en una estación inmunda y desciende en otra peor. La de Valladolid es un asco que quieren adecentar, una afrenta a la gente común, como la mayoría de las que he conocido. Si al político no le quedara otra que visitarlas, esas cloacas mutarían en palacios de las mil y una noches. También puedes desplazarte en el Falcon gubernamental. Ha sido denostado por todos, pero si Feijóo se subió en él para el funeral del papa significa que el viaje es guay, y encima nadie canta «Para ser conductor de primera».
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