Titulitis política
«La solución razonable, sensata y justificada pasa por reducir a la mitad todos los puestos políticos de libre designación, así como los representativos que sólo saben agachar la cabeza»
'Itis' –sufijo frecuente– significa inflamación, vocablo de raíz latina cuya etimología evoca las llamas del fuego, pero también describe una tesitura en la que ... el organismo se hincha porque está enfermo. Algo así pasa en nuestro cuerpo político, congestionado ante los excesos de altos cargos inútiles e incompetentes, en todos los niveles. Aunque con diferencias de grado en esta patología, la tendencia observable ahora es acrecentar plantillas y crear puestos favorecedores de copartidarios (abuso cometido por todas las siglas que nos piden nuestro voto, sin excepción).
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Una vez se desprecia la capacidad, muchos otros abusos están servidos. Ya no importa que quienes sean favorecidos sepan escribir la 'o' con un canuto. Es más, mejor si son bodoques; así no harán sombra al jefe de turno, contento al verse rodeado de bobalicones complacientes. Y si algunos son listos, bien se cuidarán de hacerse los tontos, que la inteligencia se percibe peligrosa, amenazadora de liderazgos de segunda o tercera clase en comparación con los idóneos. Lo único importante hoy parece ser la desvergüenza para insultar al adversario, competencia que ciega la necesaria visión de aciertos ajenos y errores propios.
Siendo la moda, resultan muy raros los escándalos armados en torno a los (falsos) títulos universitarios de varios políticos, denunciados por voceros partidistas curtidos en las redes. Los sorprendidos en falta se decían licenciados, graduados o diplomados, pero apenas habían superado algunas asignaturas, o acaso ni eso. Picaresca tramposa sufrida por muchas familias a las que el chico o la chica les iba asegurando que aprobaba para, tras años en la Universidad y muchos gastos, confesar que se había dedicado a la dolce vita.
Este fiasco alcanza ahora notoriedad pública, así que cabría pronosticar una drástica depuración de expedientes académicos, tal vez vaticinar que en adelante los 'aparatos' se tomarán más en serio los perfiles de las gentes que reclutan, designan con dedazos en puestos de responsabilidad, o eligen para ser iconos mediáticos de cara a la galería. Optimismo mal informado que olvida la figura de Luis Roldán (condenado por corrupción, se decía ingeniero y máster en economía) y otros que dijeron ser médicos, abogadas, doctores incluso (en ciencia infusa, por lo visto).
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Aunque en estos casos es un lugar común compararnos con los alemanes, cuyos ministros dimiten por plagios, viene al caso la existencia de la plaza de Santo Domingo de Ciudad de México, donde se venden y compran diplomas diversos a precios módicos. Por esos lares gastan bromas con esto de los títulos de la Universidad dominicana, pero cada poco tiempo se encuentran con fraudes clamorosos en la presentación de las 'hojas de vida' de sus próceres.
En Alemania se toman muy en serio el título de Doctor, todo lo contrario que en Iberoamérica, donde se trata de tal a cualquier pretencioso encorbatado. Los teutones aceptan mal nombramientos no basados en el mérito, algo extraño para nuestros amigos iberoamericanos. ¿A quién nos parecemos más nosotros? Ya saben ustedes la respuesta, pero siento decir que esta 'mexicanización' de los partidos políticos españoles es un fenómeno agudo y tal vez irreversible.
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Lo demuestra la tendencia que se observa in crescendo: los líderes y sus perrunos acólitos, grupos de fieles irredentos, prefieren incultos aquiescentes. Nombres alternativos con criterio propio, formación sólida, tendencia a decir no, les producen alergia. Así las cosas, la solución razonable, sensata y justificada pasa por reducir a la mitad todos los puestos políticos de libre designación, así como los representativos que sólo saben agachar la cabeza para decir sí a la orden de sus 'putos amos' (con perdón por la expresión soez e impropia de cualquier persona prudente).
Tales gentes sobrantes ni siquiera sufren el síndrome del impostor (precisamente porque lo son). Tampoco se despiertan en mitad de la noche asustados por la pesadilla de no haber aprobado tal o cual examen del COU, la selectividad, o aquella asignatura de la carrera que se les atragantó en algún momento y les impedía seguir adelante. No tienen estos problemas porque, sencillamente, forman parte del círculo de amigos cómplices.
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