Valladolid, en estado crítico
«Carnero boicotea los trabajos de una sociedad que, sin embargo, necesita viva hasta la próxima contienda electoral para señalar su ineficacia»
Es de primero de Kubrick asegurar que si una secuencia se muestra en la pantalla perfectamente dividida desde su centro, a partir de un eje ... vertical, en impecable simetría, nos enfrentamos a un momento crítico, ya sea de la historia, de los personajes, o de ambos elementos a la vez. Incluso puede que nos estemos enfrentando a un momento crítico para nosotros, los pacientes espectadores –pagadores últimos de todas las películas con cada una de nuestras humildes y esforzadas entradas– que observamos sentados e impotentes en la oscuridad del patio de butacas, esta vez con los ojos completamente abiertos, incapaces de parpadear aunque se nos sequen y acartonen las córneas, como le ocurría a Alex DeLarge en 'La naranja mecánica'; igualmente sometidos, como él, a un tratamiento complejo y tortuoso. Del suyo sabemos que se llamaba 'Ludovico' y que se hacía cargo de su administración el doctor Brodsky. A través de él, se pretendía que Alex dejara de ser un asesino y violador, además de un capullo insolente. Nuestro tratamiento, sin embargo, aún no tiene nombre. Y a pesar de que conocemos bien al alcalde y senador que se encarga de administrárnoslo –con la cobertura secuaz del consejero Suárez-Quiñones–, nadie ha sabido explicar aún con certeza lo que pretende, aunque puede sospecharse. De momento, ha conseguido que Valladolid pierda varios años de obras convenidas, algunas a punto de ejecución, y acaso acabe sometiéndola a una parálisis de lustros, sin perjuicio, claro está, de que vuelvan a exponerse de inmediato un puñado de maquetas quiméricas con oportunismo electoralista y partidismo estratégico como únicos cimientos.
El pasado lunes me sometí voluntariamente a la última sesión de este tratamiento insufrible. Conecté mi portátil a la página que emitía en directo la reunión de la Comisión de Seguimiento de la Sociedad Valladolid Alta Velocidad para escuchar y ver sin filtros, ni colirios, los argumentos, las milongas, los gestos y aspavientos de todas las partes enfrentadas.
Durante las tres horas largas de aquella kafkiana reunión trufada de homilías, me sometí al plano estático y simétrico de una cámara que dividía el cuadro escénico a través de un eje vertical entre los tirios y troyanos de nuestro desencuentro y supe que era mi ciudad la que se enfrentaba, como en las películas de Kubrick, a un momento crítico. Recordé a aquellos soldados franceses elegidos para hacer de chivos expiatorios en 'Senderos de Gloria'; aquel cajetín en el que Draba y Espartaco esperaban turno para matarse ante Marco Licinio Craso; las puertas de aquel aeropuerto que abrieron dos agentes en 'Crimen perfecto'. Me vi, como Danny montado en su triciclo, ante una mesa tan interminable como los pasillos del Hotel Overlook; Imaginé a Bowman ante la luz roja de HAL 9000. Y supe que aquella simetría me conducía hacia el mismo final desquiciado que vimos todos cuando el mayor Kong se montó sobre una bomba de cincuenta megatones y cabalgó entusiasmado hacia el abismo.
No sé si la sociedad tiene aún remedio o si su final, gracias a esta caída libre de dos años que cabalga Carnero, como el mayor Kong, mientras agita su sentido común como si fuera un sombrero vaquero, es irreversible. Pero después de lo visto y escuchado el lunes a través de aquel plano fijo, simétrico y tortuoso, digno de una película de Kubrick, puedo distinguir al trasluz el boicot sistemático a los trabajos de una sociedad que, sin embargo, el Ayuntamiento necesita viva hasta la próxima contienda electoral para señalar su ineficacia. «El mundo es una comedia para los que piensan y una tragedia para los que sienten», escribió Walpole. Ellos ya han calculado la catástrofe que se nos agarrará a las tripas.
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