Primeras frases

«Todos los siglos han admirado a Marco Aurelio, hasta el punto de que su estatua ecuestre, erigida hoy en la colina Capitolina, se ha mantenido incólume a lo largo de la historia»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 25 de noviembre 2022, 00:53

De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad». Con esta frase concisa, vibrante e inesperada inició Marco Aurelio sus 'Meditaciones'. Si fuera cierto ... que la primera frase de un texto anuncia y resume lo que cabe esperar de él, esta del emperador estoico sería un ejemplo perfecto.

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Una combinación insólita de obligaciones éticas, ejercicio del poder y dignidad personal hacen de nuestro personaje el ejemplo moral de la Antigüedad. Con el paso del tiempo admiramos cada vez más la mentalidad severa y real de un emperador que pidió al ciudadano que cumpliera con sus obligaciones, que «cotejara su pensamiento con las palabras» y que comprendiera que «la relación sexual no pasa de ser una fricción del intestino con eyaculación de un moquillo y breve convulsión».

Es sorprendente, y muy propio de otros tiempos, que quien gobierna a los ciudadanos y dirige los destinos de la patria se ponga de ejemplo. Asombra, en especial, que con tanta antelación exhortara a los ciudadanos para que reconocieran la unión perfecta e inseparable que une a la naturaleza con la razón y la moral. Es decir, al planeta, a la ciencia y a las exigencias ecológicas.

Todos los siglos han admirado a Marco Aurelio, hasta el punto de que su estatua ecuestre, erigida hoy en la colina Capitolina, se ha mantenido incólume a lo largo de la historia. Y nuestra admiración persiste si juzgamos el interés que despierta actualmente su libro. Tres ediciones distintas lucían este fin de semana en el escaparate de algunas librerías.

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Quizá esta constancia en el tiempo, esta conservación de los ideales y la figura que encarna, no provenga tanto del buen carácter y serenidad, de los que se reconoce heredero, cuanto de su fidelidad a uno de los principios estoicos más ensalzados: el que afirma que quien conoce el presente ha conocido todo. El amor del presente que transmite su vida nos proporciona una imagen que ni mengua ni crece, que perdura inmóvil en una inmediatez tan inalterable como la perseverancia con que resiste el paso del tiempo una de sus máximas: «Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego».

Pese a todo, nos cuesta representarnos la vida cotidiana de este hombre. Hay que hacer un esfuerzo imaginativo y libre de anacronismos para comprender que, ocupando la más alta magistratura del imperio, pasara los tres últimos años de su vida en el frente del Danubio, defendiendo las fronteras de Roma y la paz de sus pueblos. Allí murió de peste un día de marzo del año 180, siguiendo fielmente su guía interior y cumpliendo rigurosamente con su deber. «Corta es la vida –escribió– del que elogia y es elogiado, del que recuerda y del que es recordado; la tierra entera es un punto».

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