El precio de la libertad
«A este respecto, resultó muy curioso enterarnos –por noticias y reportajes en los últimos días– de cómo la alargada sombra del Kremlin se habría cernido sobre los movimientos extremistas de esta Europa en que vivimos»
A la espera del próximo apocalipsis, todas las alarmas se disparan otra vez. El miedo no acabó con la pandemia, que –por cierto– no es ... que haya terminado, sino que ya no atrae la atención mediática como hace días. Antaño, las pestes solían seguir a los conflictos bélicos, pero –en este mundo globalizado– ha sucedido lo contrario. Para algunos, ya estaríamos en la tercera guerra mundial, aunque las bombas no caigan sobre nosotros –todavía–. Y solo las percibamos por televisión. Al fondo, la lucha por tener la llave del gas, el control de viejos y nuevos gaseoductos. Sin embargo, y en primer plano, lo que se puede ver –para el que quiera verlo– es el sufrimiento humano. Y el fracaso de la 'compasión', palabra o concepto que –según su etimología– consiste en padecer con el otro, ponerse en su lugar. Así como también cabría atisbar una posible derrota de la libertad y de la democracia. Porque es –en efecto– el modo de vida europeo lo que se encuentra en juego.
A este respecto, resultó muy curioso enterarnos –por noticias y reportajes en los últimos días– de cómo la alargada sombra del Kremlin se habría cernido sobre los movimientos extremistas de esta Europa en que vivimos. Aunque no deberíamos extrañarnos tampoco: unos y otros acostumbran a coincidir en una profunda desconfianza hacia la democracia, amén de en su visión negativa de la misma. Y, por supuesto, en la fascinación por líderes fuertes o resueltos caudillos que –supuestamente– encarnen las esencias de una patria y de sus masas populares. Un perfil que –sin duda– no pocos de ellos/as creyeron reconocer en un personaje tan abyecto y acomplejado como Putin.
De forma que –siempre conforme a tales informaciones–, el dinero fácil del dictador ruso no sería ajeno a la financiación en sus orígenes de las formaciones europeas más ultras, tanto a izquierda como a derecha del arco ideológico. Pues no es verdad que la guerra que se está librando actualmente no tenga una vertiente ideológica: la tiene, desde el momento en que refleja la pugna entre dos maneras opuestas de entender el mundo y el ejercicio del poder: entre el autoritarismo y la libertad.
Probablemente, seamos bastantes quienes, habiendo conocido la España de Franco, nos hicimos de la Rusia soviética una idea –algo fantasiosa– que asemejaba a ambas sociedades. Y no deja de tener su gracia que, a partir de la escueta y distorsionada impresión que nos producían las imágenes de una realidad en ambos casos opresivamente gris, flanqueáramos así la enorme distancia e impenetrabilidad del famoso 'telón de acero'. Aquel que imaginábamos literalmente de ese material, a modo de cierre de un inmenso almacén cubierto de nieve. Y nos identificáramos con el pueblo ruso, pensando descubrir (a pesar de los nostálgicos que se empeñan en dibujar, hoy, una figura idílica de la época franquista), que sí existían terribles paralelismos: la escasez y el pluriempleo –para sobrevivir en casas minúsculas– de la clase trabajadora; la corrupción e indignos negocios de una oligarquía alimentada por un 'orden' tiránico surgido de las guerras; la represión en las calles o la ejercida por una temible policía secreta que espiaba las conductas individuales y elaboraba –sin desmayo– listas de desafectos al régimen.
Conviene recordarlo en el contexto en que nos hallamos, a las puertas de una contienda que puede extenderse globalmente y, en una Comunidad Autónoma –como es la de Castilla y León–, donde el resultado de las elecciones recientemente celebradas ha propiciado la llegada al gobierno regional de un partido de ultraderecha que no esconde su añoranza por el franquismo. Porque se comprende el hastío ante determinadas actuaciones de los partidos políticos tradicionales, pero es peligroso acomodarse en él si se traduce en un desencanto hacia la libertad. Y es que no se valora la libertad hasta que se pierde o está a punto de perderse: habrá que pagar en Europa por mantenerla, pero el precio vale la pena. Y, en Castilla y León, los dirigentes del PP tendrían que plantearse si permitir que Vox entre en la Junta no supone un coste tan alto como introducir el caballo de Troya en la propia casa.
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