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El alcalde del León, José Antonio Diez, tras la aprobación de la moción por el autonomismo leonés. EL NORTE

Unos pocos leoneses

La carta del director ·

«No hace falta remontarse muy atrás para demostrar que todo se trata de una fanfarronada improvisada. El 12 de julio pasado, PSOE y UPL firmaron un «Acuerdo para el Desarrollo de León» de diez páginas en el que en ningún momento se sugiere siquiera la posibilidad de un proceso segregacionista»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 5 de enero 2020, 08:11

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LA historia demuestra que no hay proyecto de progreso humano que no se sustente sobre la cooperación y el respeto a una serie de valores. ... También que la ruina de cualquier sociedad comienza, salvo plagas, epidemias o catástrofes, por las actitudes egoístas, el culto desmedido a la diferencia, los privilegios, los localismos y toda clase de nacionalismos de cualquier naturaleza. Y la historia demuestra, en fin, que a pesar de todo seguimos cayendo en los mismos errores. Una y otra vez. La última nos ha pillado cerca. Ha ocurrido en León y tiene que ver no se sabe muy bien si con un engaño político, un error de cálculo económico, un juego de despiste mediático o con las tres cosas a la vez. Ya saben, el Ayuntamiento de León, con los concejales del PSOE, su alcalde en cabeza, la Unión del Pueblo Leonés (UPL) y Podemos, ha aprobado una moción para promover la creación de una autonomía leonesa desgajada de Castilla y León. Se han dicho muchas cosas sobre este episodio. Mis aportaciones son dos. La primera es que, compartiendo que la provincia está sufriendo los rigores de la despoblación y el deterioro de sus constantes económicas por encima de la media, no es sencillo acertar con todas las causas reales de dicho deterioro y, más que dudable, que sus remedios puedan encontrarse en la creación de una nueva estructura administrativa, institucional y política. Una nueva estructura –sería la decimoctava comunidad autónoma– que, de inicio, contaba con Zamora y Salamanca, pero que, prueba del despiporre del plan, no tendría problema en ceñirse únicamente a sus propios límites provinciales si en Zamora y Salamanca no estuviesen –que no lo están– por la labor de sumarse a la aventura. Con ello ha quedado claro que León las necesitaba a modo de guarnición, como el sorbete de mandarina que te sirven en las bodas entre el pescado y la carne. No hace falta remontarse muy atrás para demostrar que todo se trata de una fanfarronada improvisada. El 12 de julio pasado, PSOE y UPL firmaron un «Acuerdo para el Desarrollo de León» de diez páginas en el que en ningún momento se sugiere siquiera la posibilidad de un proceso segregacionista como el mocionado en el consistorio leonés. Ese pacto, suscrito en el marco de la gobernabilidad de la Diputación Provincial, consta de 24 puntos. Aunque se trata de un gran brindis al sol, traza líneas de trabajo concretas y objetivas para arraigar población y estimular la economía. Entonces, ¿cómo es posible que solo medio año después el PSOE y la UPL hayan determinado que León solo se salvará de la ruina si se separa de Castilla? ¿Qué ha cambiado en ese tiempo? Nada. Aquí sirve quizás eso que explican Marina y Rambaud en su 'Biografía de la Humanidad', o sea, que al ser humano «nos definen con la misma objetividad las obras de arte que los instrumentos de tortura». Mi segunda aportación es una duda y una certeza. Dudo que si, como bien detalla UPL en sus estatutos, «la Región Leonesa, País Leonés o León es el conjunto de los leoneses», una vez vistos sus escasos réditos electorales desde hace décadas, quepa deducir que aquello por lo que el conjunto de los leoneses están suspirando es por una comunidad autónoma propia, base del programa político leonesista. Dudo, asimismo, que en el PSOE hayan valorado bien la clase de fraude político que emprenden con este debate, sabiendo como saben que será impracticable, que no cuenta con el más mínimo respaldo popular y que tampoco fue algo para lo que pidieron el voto en mayo. Pero lo que sí es seguro, y esta es la certeza, es que no hay evidencia física, teórica ni histórica que venga a demostrar que la autonomía política genere riqueza por sí sola ni, menos aún, principalmente. Muy al contrario. Europa nunca ha sido más próspera, ni durante tanto tiempo, que cuando ha caminado unida. Buena parte del secesionismo catalán acepta y reconoce que una república catalana independiente les traería penurias económicas. No les importa, se sienten mejores y con eso basta. El nacionalismo vasco es separatista de pose, pero solo de pose: aceptan y reconocen que su privilegiado modelo económico y político –a partir del 7 de enero agrandado por el acuerdo con el PSOE– no sería viable sin el abrigo de España. Ser rico –como Euskadi o Cataluña– y pedir la independencia tiene cierta lógica egoísta; pero no serlo y pensar que dividir y fragmentar te permitirá serlo es, como poco, absurdo. Contra la opinión de algunos intelectuales, profundizar en la separación, la diferencia y la pequeñez no garantiza que León gane peso ni población ni prosperidad. Porque si tal cosa fuese cierta, ¿cómo es que no se propicia a todos los niveles y en todos los aspectos? ¿Funcionaría para León pero no para Valladolid, para Málaga, para el Bierzo? Es culpa de los agravios del PP, aciertan a decir desde el PSOE. ¿Qué deben hacer entonces en las provincias con más paro de la península, bajo gobiernos socialistas hasta antes de ayer, como Jaén, Córdoba, Granada, Cádiz, Huelva...? ¿Funcionaría a escala local, por barrios? Dicen también que es por la historia. O por la identidad. ¡Ah vale! Entonces habrá que concluir que en León hay nacionalistas tan trasnochados y aldeanos como en otras latitudes. Y que, oye, en parte hacen bien, visto los privilegios que logran otros nacionalistas negociando investiduras. Parece que es el signo de los nuevos tiempos.

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