La pena
«Nada echa más de menos un loco, cuando se enajena, que volver a sentirse responsable de sus actos y ganarse la declaración de culpabilidad»
La pena suele ser entendida negativamente, bien como un sentimiento desbordante de tristeza o bien como el castigo por un delito cualquiera. Pero también puede ... mostrase como una emoción favorable y bien dispuesta para todo. Winnicott, por ejemplo, célebre psicoanalista inglés, sostenía que el equilibrio mental es subdepresivo, alimentando con ello la buena prensa que puede obtener quien se siente apenado pero tranquilo. En realidad, el espíritu no respira bien cuando el viento de la alegría sopla con fuerza. Al alma no le conviene ni el exceso de contento ni prolongar la alegría. Pese a las apariencias, el regocijo engaña a la vida y concluye en inestabilidad y angustia. Es notorio que los que no saborean la tristeza se enfrentan mal al día a día, como si no aceptaran que un grano de melancolía es el mejor aderezo para que prospere el buen ánimo y la felicidad somera. En cualquier caso, a la pena hay que ponerle buena cara, porque la pena humaniza, nos aproxima a los demás y despierta buenos sentimientos en quien nos rodea. Despierta más dudas el que se alboroza por sistema que quien camina ensimismado y serio, como mordido por la pena.
Pero, junto a ser el fundamento natural de la entereza, la pena también constituye el ingrediente imprescindible de la cordura. «El loco por la pena es cuerdo», sostiene un curioso pero contundente aforismo. Sentencia que podemos entender, inicialmente, como la confirmación de los beneficios que el loco cosecha cuando, siendo culpable de algo, se le condena en buena ley. El castigo es un buen reconstituyente para quien sea, pues si es justo, nos hace responsables, luego libres y susceptibles de reconocimiento y perdón. Nada echa más de menos un loco, cuando se enajena, que volver a sentirse responsable de sus actos y ganarse la declaración de culpabilidad. Cabe sospechar que quizá reaccione así, contra sí mismo en apariencia, porque habitualmente sufre de inocencia, de creer que los culpables son los otros y él es la víctima de la persecución y las afrentas de los demás. El correctivo de la condena, sorprendentemente, le devuelve al camino de la culpa, y con la culpa alienta la reparación, el deseo y la posibilidad de sentirse acompañado.
Si deseamos, y debemos entender el deseo al modo de Spinoza, como esencia de la persona, es porque pese a perder en la infancia el Paraíso, los padres nos ayudaron oportunamente con su ternura a recuperarnos de la pena excesiva, evitando ser arrastrados por un torbellino de soledad melancólica. Loco, al fin y al cabo, es quien se ha quedado encerrado en el Paraíso, a solas, sin expulsión salvadora, ocupado en sus ideas divinas y en posesión de todas las cosas. El loco da testimonio certero de que en los paraísos no hay nada, ni siquiera compañía y que es necesaria la tentación para que la pena, la culpa y el castigo vengan a recatarnos de la plenitud y animarnos a la vida.
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