Nuevo tiempo
«Los compromisos que se adopten ahora en materia de reconstrucción deberán ser acogidos en los presupuestos para 2021 que se discutirán en otoño, y estos presupuestos estarán muy influidos por las decisiones comunitarias, las ya tomadas o las previsibles en ese momento, y tengan o no condicionamientos a cumplir»
Finalizado el estado de alarma, instaurada la normalidad precavida, confiando en que el verano, aunque sólo sea relativamente, sosiegue algo los cuerpos y las almas, ... y con todas las antenas puestas mirando al otoño, nos hemos colocado en un nuevo tiempo que quizá aún no percibamos bien. Tal vez porque estamos todavía bajo los efectos del impacto sufrido; tal vez porque la impaciencia en recuperar costumbres y relaciones nos incline a valorar más lo inmediato y menos lo alejado; o tal vez porque andamos un tanto necesitados, de confianza y optimismo. Lo cierto es que nos movemos ahí, en una delicada e impaciente frontera entre lo vivido y lo esperado, lo sufrido y lo temido; con una extraña sensación de claroscuro en la que se mezcla la impresión de que la dimensión sanitaria de la crisis está momentáneamente bajo control, aunque no la damos por superada, mientras que la dimensión económica va mostrando un aspecto progresivamente negativo.
La comparación de sensaciones es muy evidente: en estos pasados meses, los datos sanitarios del día a día (contagiados, fallecidos, curados, etc.) se imponían sobre todo lo demás; en estas pasadas semanas van predominando los datos económicos (empresas con problemas, empleo, recaudación fiscal, pobreza, etc.). Últimamente, casi no ha habido día que no hayamos recibido una noticia preocupante, sean las previsiones de caída del Producto Interior Bruto o el ritmo y profundidad de la recesión, sea el número y tamaño de empresas que tendrán que acudir al concurso de acreedores una vez que concluya el plazo de suspensión de la obligación de hacerlo, sea el volumen de crecimiento de la deuda y el déficit que va necesariamente asociado al incremento inevitable del gasto público y a la reducción de los ingresos tributarios por la disminución de la actividad y la retracción del consumo. Lo más reciente han sido las cifras de empleo, paro y afiliaciones de junio, que vienen a decirnos otra vez que la vuelta a la normalidad laboral en un mes tan propicio para el empleo no ha impedido un leve aumento del paro.
Así que es normal que en esta coyuntura los ojos estén puestos en tres sitios a la vez, distintos entre sí, distantes los unos de los otros, pero tan interrelacionados que no será posible dar forma a cada uno por separado, sin tener en cuenta la incidencia de los otros. Son, con orden indiferente: los eventuales acuerdos de reconstrucción, los próximos presupuestos posibles y las inciertas políticas europeas de ayuda a los países miembros. Los compromisos que se adopten ahora en materia de reconstrucción deberán ser acogidos en los presupuestos para 2021 que se discutirán en otoño, y estos presupuestos estarán muy influidos por las decisiones comunitarias, las ya tomadas o las previsibles en ese momento, y tengan o no condicionamientos a cumplir.
Este es el escenario del nuevo tiempo, y en él hay que moverse, ojalá que con elementos de acuerdo, que ni serán ni tienen por qué ser totales, pero que deberían, al menos, ser suficientes para aportar la seguridad de un horizonte previsible que genere cierta confianza. La pregunta es si hay ambiente.
En lo que atañe a los agentes sociales, empresarios y sindicatos, que tienen un papel decisivo en la generación de un clima de diálogo que facilite la adopción de medidas convenidas, todo parece indicar que sí, que están en un camino positivo. Han tenido sus más y sus menos entre sí y con el Gobierno, pero sus responsables saben reconducir las tensiones; además, conocen los problemas y están generalmente acostumbrados a contemplarlos con más realismo; casi siempre terminan sabiendo, y aceptando, qué pueden conseguir y hasta dónde deben ceder, porque no hay otra forma de llegar a acuerdos. Estos días han vuelto a dar pruebas inequívocas de su actitud en el nuevo tiempo y son una garantía para lo que pueda ir viniendo.
¿Y en la política? Una impresión, quizá un tanto ilusa: habrá idas y venidas, porque la política tiene mucho de escenografía y de apariencia, pero algo se está moviendo. Hubo momentos en que el estado de alarma parecía más bien un estado de guerra; pero en la fase actual parecería como si todos los que tienen que hacerlo hubieran introducido en su estrategia algún giro, impensable hasta hace poco. Puede parecer que el trayecto de retorno al centro de Ciudadanos sea el más ostensible de todos; pero también es posible que en el PP hayan caído en la cuenta de que limitarse a competir en radicalidad con Vox no ayuda, y que en el PSOE hayan pensado que tener otras opciones de diálogo transversal que compensen los tirones nacionalistas no es mala cosa. Y unos y otros estén llegando, si es que no han llegado ya, a la conclusión de que hay ámbitos de la política social y económica del nuevo tiempo en los que no será fácil permanecer al margen. En la política sanitaria, en la posición europea, en una parte esencial de la política presupuestaria como es la fiscalidad, en la estrategia energética y medioambiental, etc., es bien evidente. Y algunas declaraciones de intenciones, gestos, ofertas, etc., de estos últimos tiempos parecen ir en esa dirección.
O, al menos, quiero yo verlo así, porque también es cierto que las tendencias seguidas desde hace tiempo en la política española no se van a esfumar por arte de magia; unos seguirán exhibiendo incompatibilidad recíproca («si vuelves a acordar algo con ése tendrás que dejar de contar conmigo»); otros estarán a lo suyo («o avances en la mesa bilateral o no hay legislatura»); otros no querrán saber nada con nadie; otros esperarán agazapados su momento para ser imprescindibles. Pongan el nombre y la sigla donde lo consideren oportuno y seguro que coincidiremos casi al cien por cien. También puede ser que, habiendo dos citas electorales inminentes, y ambas con el interés añadido de ser las primeras tras el estado de alarma, el compás de espera tenga algo de estrategia. Sea como sea, que tal y como estaba el panorama hace sólo unas semanas, se vean algunos destellos en el horizonte, ya es algo; y que, por encima, o por debajo, de los episodios puntuales de crispación y exceso verbal, que seguirán, esté habiendo algo de aproximación, aunque sea discreta y selectiva, en esa zona del tablero donde se suelen ventilar las mayorías también es algo.
A día de hoy, bastaría con tener datos suficientes para comprobar que la nueva normalidad en la sociedad es también la normalidad nueva en la política. Porque lo normal, aunque sea nuevo, es eso, que todos puedan hablar y que puedan entenderse, en más o en menos, los que tienen que entenderse
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