Fin de curso: ¡Ay mísero de mí, ay infelice!
Volvamos a tener respeto, que no miedo, al profesor. Volvamos a valorar su trabajo tan delicado e importante. Y tengamos claro que solo busca el bien del menor, de la misma forma que sus padres
Llega el momento tan deseado y esperado por profesores y alumnos. ¡El final de curso! Alegría y alborozo se palpa en el ambiente estudiantil mezclado ... con el fuerte calor y el denso olor a hormonas que nos persigue desde primavera.
Muchos de los alumnos que han realizado un buen curso llevan días, incluso semanas sintiendo que ya están de vacaciones. Es algo a lo que nos ha abocado la famosa y apreciada ley educativa LOMLOE (léase la ironía) porque, muy a pesar de la opinión del docente, desde primeros de junio está prácticamente todo el pescado vendido.
Para ellos es algo fantástico, van a clase a pasarlo bien con sus amigos, a disfrutar de los buenos momentos del día a día y a echar unas risas. Los pocos que tienen alguna asignatura pendiente deben realizar los trabajos de recuperación pertinentes o preparar los exámenes del contenido suspenso.
Es importante conocer que este número es bastante bajo, ahí es donde ya nos podemos ir poniendo la medalla los profesores y la administración por lo bien que hemos preparado a estos niños y lo listos e inteligentes que han salido. Pero, ¿es una realidad? ¿O es una fantasía orquestada por los políticos de turno para evitar que los alumnos se atasquen en la ESO y no puedan titular por no conseguir los resultados esperados? Claramente me decanto por la segunda. Sintiéndolo mucho, y sin pretender ser políticamente correcto, la nueva ley hizo aguas desde el minuto cero.
¿Y cómo afecta este fin de curso a los profesores? Muchos diréis, ya están ellos siempre quejándose de lo mismo, que si las leyes educativas no funcionan, que si las ratios son muy elevadas, que si hay exceso de burocracia, que si no se puede dar clase… Siempre las mismas quejas. ¡Son muy pesados!
¡Pues que se dediquen a otra cosa! Escuchaba decir a un padre el otro día en un video de TikTok (tremenda fuente de información a la que acuden niños y adultos para conocer las nuevas noticias diarias). ¡Se quejan por todo y no valoran los tres meses de vacaciones que tienen, que trabajan de nueve a dos con el resto del día libre y qué decir del sueldo tan boyante que se meten en el bolsillo! Pues igual tiene usted razón, caballero. Y no por los tres meses que no son, por ese horario que tampoco o por el sueldo que mucho menos. Igual sí deben plantearse cambiar de profesión.
Ha llegado un punto que hasta docentes super motivados, apasionados por su trabajo se están cuestionando si han elegido el camino correcto. Algunos desde sus centros aguantando el envite, otros con la medicación que les ha recetado su médico para controlar la ansiedad y muchos desde sus casas con la consiguiente baja médica por depresión debida al tremendo grado de estrés al que se han visto sometidos y les ha sobrepasado.
Los docentes hoy en día, sin generalizar y sin ser tremendista, están expuestos a todo tipo de agravios diarios con los que tienen que lidiar. Por ejemplo, con los alumnos que se empoderan y dejan mucho que desear en cuestión de respeto y orden. El señor del TikTok nos diría que es culpa del profesor, porque no sabe poner orden y este le diría que él va al colegio a dar clases, no a cuidar niños, porque para eso hay otras personas encargadas en otros lugares.
El educador tiene que poder dar la clase sin interrupciones continuadas ni castigos continuos a alumnos disruptivos y no es una cuestión de ganarse la obediencia del alumno, es algo que tienen que llevar de casa desde el minuto cero. El respeto.
No están en un debate de 'La isla de las tentaciones' donde se pisan unos a otros cuando hablan, se insultan, incluso llegan a enfrentamientos físicos. Están en un centro educativo donde se presupone que estos niños tienen que portar la bandera de la educación, la deferencia a sus maestros y las ganas de aprender.
«Hemos pasado de tener al profesor en un pedestal a atarlo en una pira con un mechero en la mano»
Y esto se aprende en casa. No ayuda el continuo juicio al que es sometido el profesor por cualquier acción que realiza en su día a día. El niño llega contando algo que ha sucedido y los padres sin cotejar la información tardan segundos en agarrar el móvil y mandar un mensajito demoledor pidiendo explicaciones y una reunión. Esto lo hace el más tranquilo, el menos directamente escribe al director del centro pidiendo que le corten la cabeza al educador.
Todo esto, claro, delante de su hijo, que irá al día siguiente hinchado cual pavo en Acción de Gracias a las clases.
¿Quién tendrá que agachar la cabeza entonces?
¿De verdad que es esto lo que queremos ver en nuestra sociedad?
¿Cómo no van a cuestionarse los docentes cambiar de empleo viendo el grado de estrés al que están sometidos con ese juicio diario y popular que se crea en corrillos en las puertas de los colegios o en los grupos de WhatsApp de padres?
Todo el mundo hoy en día se cree capaz de evaluar a los que están en las aulas dando clases y dejándose la piel a diario, dándoles lecciones de una forma superflua y ridícula encantados de participar de la lapidación pública.
Es imposible trabajar así, no creo que nadie en ningún trabajo esté sometido a este estrés constante y al escarnio público.
¿No sería mejor reposar la información que obtienes del puberto, darte unas horas para meditarla y con la consiguiente reflexión y a solas, hablar con el docente si fuese necesario?
Obviamente se puede equivocar, pero ¿todos los días? ¿A todas las horas?
Hemos pasado de tener al profesor en un pedestal a atarlo en una pira con un mechero en la mano. ¿No hay un término medio?
Señoras y señores, si esto no cambia, nos quedaremos sin docentes buenos, vocacionales, que se irán a buscar otros empleos que les reporten paz mental y alegría. Donde no estén sometidos a un juicio diario y donde con sus fallos y aciertos puedan crecer como profesionales.
Volvamos a tener respeto, que no miedo, al profesor. Volvamos a valorar su trabajo tan delicado e importante. Y tengamos claro que solo busca el bien del menor, de la misma forma que sus padres.
Hay que dejar que actúe, si no, sintiéndolo mucho esta sociedad está condenada a ser una gran montaña de mierda pintada de purpurina. Que de lejos se ve preciosa y brillante pero que cuando te acercas apesta.
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