En dos meses
Pues no sé qué le diga ·
«Y no se olvide que el borde del abismo, por así llamarlo, es el 23 de septiembre, y no lo era aún la votación del pasado 25»No sé bien si contra pronóstico, o lo contrario, pero lo cierto es que no se alcanzó la mayoría requerida para que la investidura del ... Presidente del Gobierno saliera adelante; ni en la primera votación, de mayoría absoluta, ni dos días después, con mayoría simple de más votos a favor que en contra. Así que sonó la campana y empezó a correr el plazo que llevaría a repetir elecciones si para el lunes 23 de septiembre todo siguiera igual. En dos meses, exactamente, que es lo establecido.Tiempo queda, porque dos meses es mucho tiempo; más que suficiente para llegar a acuerdos que permitieran desbloquear la situación, parar el plazo e intentarlo de nuevo, antes de que las nuevas elecciones se hagan inevitables. Siempre suponiendo que, a pesar de todo, la voluntad de quienes pueden hacerlo siga siendo la de evitar tal eventualidad, lo que quizá es mucho suponer a estas alturas. Pero como la política es así, tampoco sería de extrañar que forme parte de alguna estrategia para obtener ventaja el mantener esta situación de bloqueo hasta que esté a punto de cumplirse el plazo, y allá por el 20 de septiembre se haga factible lo que ahora no lo ha sido; no sería la primera vez que estaba calculado llevar las cosas al extremo, elevando al máximo la inquietud, para terminar obteniendo rédito al borde del abismo. Y no se olvide que el borde del abismo, por así llamarlo, es el 23 de septiembre, y no lo era aún la votación del pasado 25.
Obviamente, la situación actual admite dos tipos de análisis: el primero, retrospectivo, es el que lleva a examinar lo sucedido, y seguramente no podrá prescindir de esa vertiente culpabilizadora, tan propia en estos casos (qué pasó, por qué pasó lo que pasó, quién tiene la culpa de que pasara lo que pasó, si pudo pasar otra cosa, etc., etc.); el segundo, prospectivo, lleva a meditar sobre lo que pueda suceder en este próximo futuro, sobre las posibles salidas, sobre las responsabilidades a activar para que alguna de ellas sea factible. Vamos a ello. Y en medio de todo, el justificado lamento: esta vez no parecía que el resultado electoral diera ocasión para el bloqueo; y, si lo hay, y se añade al que, en mayor o menor medida, ya venimos arrastrando desde hace cuatro años, es la política (no solo la clase política, o los líderes políticos) la que sufre el daño, en forma de tacha de incapacidad para resolver una situación que esta vez no parecía tan complicada. Ni que decir tiene que este daño es grave, se mire como se mire.
Como es normal en estos casos, la culpa de lo que pasó estará muy repartida y, centrando el análisis en los dos sujetos políticos que protagonizaron principalmente el episodio, habrá quien no entienda la razón de fondo que impedía a Podemos apoyar un gobierno del PSOE, con un programa negociado, y quien no entienda el recelo del PSOE a un gobierno de coalición con Podemos, más allá de la medición cuantitativa de ministerios y competencias. Porque acaso el problema es otro, más de fondo: esa cosa tan sutil que se llama confianza, fiabilidad, credibilidad, o como quiera llamarse. Y tiene un componente histórico que lo complica: el PSOE nunca tuvo fácil, ni a la inversa tampoco, entenderse con lo que hubiera a su izquierda, fuera el Partido Comunista, Izquierda Unida, o Podemos; al menos en el nivel de gobierno, que otra cosa es el ámbito municipal o autonómico, y aun así con reticencia. No me sería posible analizar aquí la raíz de esa vecindad, pero tiene algo que ver con la dimensión ideológica de los modelos de sociedad que cada uno ha ido configurando, incluyendo ahí las relaciones humanas, el funcionamiento de la economía, el papel de las instituciones, el propio sistema político, etc. Asunto complejo, que no se debería dejar de lado.
Lo que puede pasar a partir de ahora, en esta fase del 'impasse' en la que todavía puede haber salida, e incluso más adelante, admite variables muy diversas, y más o menos factibles. No dejaré de apuntar la que sería de mi preferencia, descrita desde mi óptica subjetiva: ¿y si fuera posible retomar la relación PSOE-Ciudadanos, que ya se dio en otro momento, y, a partir de ahí, construir un gobierno estable, al menos para una legislatura, con un programa acordado y con una base constitucional firme que también otros podrían compartir? Ingenuidades aparte, haría falta recuperar corduras perdidas, anclar en el centro, reducir histrionismo, y algunas cosas más. Sobre todo, haría falta pensar en el interés general y mirar un poco por encima de egos y agravios. La suma matemática de los escaños de ambos en el Congreso da más que mayoría, sin necesidad de ninguna otra aportación para formar gobierno, aunque fueran positivas las que se produjesen. Una buena parte de la sociedad española, yo creo que muy amplia, no entendió que Ciudadanos iniciara el periplo electoral con aquel acuerdo excluyente que impedía toda relación con el PSOE; es probable que, ahora, tanta o más gente viera bien modificar esa regla y salir de la trinchera, admitiendo incluso, ya como mal menor, que cada uno de los dos grupos mantuviera los acuerdos alcanzados con otros en otros ámbitos institucionales. Más claro aún: si el reencuentro del PSOE con Podemos, intentado y fracasado, ya no es una opción viable, volver a reclamar la abstención patriótica de Ciudadanos y el PP para que haya gobierno monocolor del PSOE no va a conducir a nada a estas alturas. Si realmente se quiere evitar la repetición electoral, de la que quizá no resultara algo sustancialmente distinto, más allá de pequeñas pérdidas o ganancias, lo que falta de dar es el paso siguiente, o sea, dirigir expresamente a Ciudadanos una oferta directa de hablar y acordar, en vez de pedirle otra vez la abstención. Ya sé que no es fácil; tampoco es imposible.
Así que, de aquí a septiembre, es la hora de Pedro y, tanto o más, es la hora de Albert. Los dos Pablos, en su sitio, uno a cada lado. ¿No es un escenario bonito? Que el relajo de agosto haga su tarea, y que sea para bien.
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