Roscón con azar o exilio
«Llega el fin de la Navidad y termina nuestra obediencia española a la exageración. Atrás quedarán los días sin lugar ni excusa posible para racionarse»
Llega el fin de la Navidad y termina nuestra obediencia española a la exageración. Atrás quedarán los días sin lugar ni excusa posible para racionarse. ... Después de este fin de semana enterraremos a esos personajes todopoderosos capaces de prometer y engullirlo todo. Será difícil reconciliarse con esa noche en la que nos creímos 007 entre copas de Bolinger o esa tarde en la que nos apuntamos a un plan dietético para conseguir el tipo de Bunchen mientras devorábamos turrones.
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La desproporción de nuestras comidas se podrá medir en puttonyos. Menos mal que siempre hay una amiga cuerda, como mi querida Susana, que suelta el solemne «hacedme caso, no queremos un tokaji», al ver la carta de vinos. A punto estuvimos de pedirlo hace una semana, sabedoras de que poco cambiarían las cosas. Entradas en una edad, ni la gula ni la avaricia pondrán carbón en el zapato.
Hoy, víspera de la llegada de los Reyes Magos, estaremos las amigas reunidas de nuevo, predispuestas a cerrar la Navidad en esta fecha tan especial; que fue todo emoción en los albores de nuestras vidas y que ha ido tornando con los años en un ritual yoruba con el que limpiar el karma a base de dulces y oportos.
Nos va a costar mucho despedirnos y volver a las naderías del aperitivo de los domingos y otras liturgias igual de mundanas. Todavía nos quema la impaciencia. Mañana abrazaremos el último exceso con pasión monográfica. El seis de enero en España, cuando no es roscón con azar, es exilio.
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