Nos pasamos los primeros 20 años de vida tratando de ser mayores y cuando pasamos de los 25 nos damos cuenta de que sólo queríamos ... aparentarlo. Lo sentimos con las resacas de taquicardia, el rechinar de las rodillas, la presbicia al leer… Pero, sobre todas las cosas, la señal de alarma la pone la juventud de los de al lado –y no física, sino mental–.
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En la oficina, en la familia, en el equipo, sus pómulos descarados y su irreverencia impune nos hacen reconocer que el máster empieza a ser un vago recuerdo de otra época a la que le crece el musgo de la nostalgia.
Siempre nos quedará volver a los proyectos emprendidos, esos que fueron tan fértiles como los que ha presentado 'Prometeo', el programa de la UVA que premia las innovaciones que consiguen 'pasar el fuego' a nivel comercial.
Gracias a esta iniciativa, muchos de los inventores no verán cómo sus ideas se consumen a una vocación que mezcla de forma perversa el entretenimiento con el afán de superación (¿de la vejez?).
En lugar de coleccionar ilustraciones, matarse a pilates o sacarse una foto en el congreso internacional de un nuevo ODS, algunos de ellos desarrollarán nuevas maneras de potabilizar agua, conseguirán proteínas mejoradas, harán que tomemos mejores tostadas...
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El resto tendrán además una enorme utilidad social: ayudarnos a reconocer a los 'recién adultos' que no somos más la novedad y debemos dejar paso. Premiar al Prometeo es casi tan importante como serlo si queremos reanimar la fertilidad de la juventud.
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