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Entre ellos se apoyan. Óscar Puente y Ronaldo Nazário se abrazan como personas non gratas en su propia ciudad. Los dos han seguido ... caminos inversos. El político ha acabado de delantero en la primera división del Gobierno, mientras que el futbolista calienta asiento como presidente en un equipo que en los últimos años se ha visto muy cómodo en segunda. Comparten talón de Aquiles con los peces, su boca. Ya sea para beber o para hablar, su falta de un sentido del ridículo les ha colocado en la mirilla de muchos tiradores.
Los dos siguen adelante, con acciones y sin ellas, en este mundo donde todo parece valer y donde, bien o mal, lo que importa es que hablen de ti. Les separan 30 millones de euros en inversión y unos cuantos seguidores en redes sociales. Les separan sus detractores; agricultores y ganaderos frente a fanáticos futboleros.
Les une su resiliencia, tanto como también les une un símbolo: el rechazo simbólico como 'personas non gratas'. No por cuestiones legales, sino por una carga moral impuesta desde quienes sienten que sus representantes —o sus ídolos— les han fallado.
En Valladolid, donde la identidad se construye en silencio, con sobriedad y sin aspavientos, el espectáculo excesivo no se perdona con facilidad. Ser declarado persona non grata aquí significa dejar de pertenecer, aunque sigas ocupando el mismo asiento. Esa es la condena más dura para dos figuras acostumbradas a estar en el centro: ser ignorados por su propio público, ese que alguna vez les aplaudió.
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