Nuestro pequeño Frankenstein quiere tocar el cielo. Nuestros diputados en funciones, al menos la mayoría de ellos, han decidido hacer del Congreso la llanura del ... Senar y se predisponen a revelar –que no rebelarse, porque de manifestantes tienen poco– la falta de sentido de estado de las autonomías que tiene el candidato Feijóo en su próxima candidatura. Pamplinas. El gesto, más que una demostración política, es una evidencia de que no queremos llegar a ningún tipo de entendimiento. Al menos no en la Cámara.
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Los pretendientes a la patria celestial adoptarán un nuevo idioma común: el lenguaje woke. En lugar de emplear una lengua preciosa, común para todos nosotros y para otros casi 500 millones de personas, nuestros representantes hablarán en uno de los cuatro idiomas cooficiales de España. Y eso si hablan, porque si el nivel en castellano es dudoso, no quieran imaginárselos chapurreando otra lengua que, en muchos casos, no es la suya materna. Será curioso ver el éxito de los planes de normalización lingüística que han acabado, dicho sea, añadiendo traductores, pinganillos y caras de sorpresa a nuestras Cortes. Un éxito.
Llegados a este punto, el coste se vuelve peccata minuta. El moderno Prometeo hará del Congreso un lugar en el que se medirá la hondura moral por el grado de gheada o seseo que tenga el parlamentario. ¿Qué será lo próximo? Yo voto por intentar trasplantar el modelo lingüístico de Bélgica. Total, la mitad que cuenta para formar gobierno está allí.
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