Más madera, es la guerra
«El drama global de cuanto acontece se percibe en la tormenta perfecta del frenazo económico mundial, unido a la inflación disparada y al excesivo endeudamiento público»
Desde la ribera occidental del Dniéper, río de tantas batallas, las tropas ucranianas de vanguardia tienen en la mira de sus prismáticos a los batallones ... rusos que buscan sus cuarteles de invierno en la orilla oriental. A un centenar de kilómetros desde la frontera móvil que el ejército ucraniano empuja cada mañana hacia el sur, en busca del istmo de Crimea, los habitantes de la ciudad de Jerson (más del 60% de su población es ucraniana) esperan la llegada de los soldados libertadores del yugo ruso que manda en la ciudad desde hace siete meses.
Los soldados de Putin han dejado de cantar himnos patrióticos y los cerebros estratégicos del Kremlin han recibido la orden de suspender el ataque hasta que pase el invierno. Vladímir Putin se dispone a relanzar allí una guerra que ya ha perdido, y él lo sabe.
Los puentes sobre el Dniéper han sido destruidos y las fuerzas especiales ucranianas atacan ya la retaguardia rusa con operaciones de mayor estruendo. Ayer sábado, de madrugada, siete vagones cisterna cargados de combustible estallaron en el puente de Kerch que une a Rusia con Crimea, símbolo de la ocupación rusa de la península, cortando el cordón umbilical de abastecimientos para las tropas ocupantes y matando al menos a tres personas.
La operación saca a la luz la vulnerabilidad de la estrategia de Putin, anuncia que la contienda se acerca a una beligerancia restringida y es quizás un paso hacia la declaración de un alto el fuego. Aunque la raramente guerra se rige por reglas diplomáticas, los fracasos sucesivos de Rusia muestran la fragilidad de Putin, que ha destituido al comandante de su ofensiva en medio de amargos reveses.
Tras siete meses de lucha, la resistencia casi mística de Ucrania dio tiempo al gobierno de Kiev para recibir desde los países de la OTAN los equipos modernos que hoy le otorgan la supremacía sobre las fuerzas rusas. Cruzar el Dniéper y acercarse a Crimea en las próximas semanas, antes de que Rusia logre enviar al frente a los nuevos reservistas escasamente entrenados, es la gran baza de la estrategia.
«Las entregas de armamento por la OTAN le permiten la victoria –pronostica el general François Chauvancy–. Y si Jerson cae, no veo cómo Putin podría permanecer en el poder. Podría ser sustituido y su sucesor entablaría negociaciones». Pero la sutileza, la arrogancia y el misterioso catálogo de sus decisiones no permiten vaticinar las claves del presidente ruso.
Mientras en las trincheras ucranianas se libra la penúltima batalla de una guerra demoledora, los cuatro puntos cardinales del planeta tiemblan y tiritan a la espera del invierno contemplando el paisaje más cercano, el de las catástrofes que abocan a una tragedia colectiva. La economía mundial ha sido flagelada por la turbulencia de una guerra en apariencia localizada y de escasa duración, cuyo efecto global ha dinamitado todas las reglas de la economía mundial y del comercio internacional. Los ciudadanos de los países más prósperos soportan recortes en su calidad de vida provocados por los disparatados precios de los combustibles y la inflación incontrolada, mientras los dirigentes de los países implicados en el conflicto ucraniano han elevado los gastos destinados a material de armamento en vista de una probable escalada bélica.
Los bloques de alianzas entre los países más poderosos se resquebrajan, y las únicas coaliciones que ejercen su prepotencia son las que aprovechan la crisis económica para medrar y aumentar sus beneficios, como la OPEP y su verdulero acuerdo de aumentar el precio del petróleo rebajando el cupo de su oferta. Hay también un reflejo tremendista, la turbación universal ante una guerra nuclear que los profetas de la catástrofe cósmica anuncian exhibiendo el desparpajo de un visionario desvalido.
Como un espectáculo de cometa ingenua, el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un, sigue disparando sus misiles balísticos contra la nada, y asegura que sus ensayos armamentísticos son «medidas de represalia» contra los ejércitos desplegados en la zona por Estados Unidos y Corea del Sur. Sus razones propagandísticas tendrá el presidente norteamericano, Joe Biden, para responder con livianas amonestaciones a tan torpe desafío del dictador norcoreano, que flota jactancioso cuando se asoma al cielo para admirar el paso hacia Japón de sus cohetes.
El drama global de cuanto allí acontece se refleja en la tormenta perfecta del frenazo económico mundial, unido a la inflación disparatada y al excesivo endeudamiento público, que pueden provocar efectos demoledores en los países occidentales más prósperos. Hace un siglo, el economista austriaco Friedrich von Wieser, uno de los fundadores de la Escuela del Nuevo Liberalismo, acuñó la fórmula de política económica que reducía el territorio de las grandes decisiones: la disyuntiva «cañones o mantequilla», como si el Estado pudiera dedicar sus presupuestos solo a la defensa y al bienestar social de los ciudadanos porque un aumento de aquélla comportaría una disminución de este.
Esa fórmula, que el Premio Nobel Paul Samuelson aplicó para demostrar por qué la Alemania nazi pagó caro su rearme sin ganar la guerra, goza aún de gran predicamento. Göring, propagandista del nazismo, pregonaba entonces vanidoso que «los cañones harán más fuerte a Alemania, pero la mantequilla solo nos pondrá gordos».
El tren bélico, como el del puente de Kerch, marcha ya a gran velocidad. «¡Necesitamos más madera!», gritó Groucho en 'Los hermanos Marx en el Oeste'. ¡Más madera, es la guerra!, se oye en el doblaje al español de la película. He ahí una fórmula para detener el tiempo, pero no la historia.
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