El tiempo y sus edades
Hoy, vemos que la vida de los humanos se ha alargado de forma inédita, al punto que los candidatos a la presidencia del poderosísimo EEUU eran dos individuos que –hasta hace poco– habrían sido considerados ancianos
Vivimos momentos en que parece que va a acabarse el mundo. O que acabaran de inventarlo. De ahí que –por un lado– proliferen los salvadores ... del pueblo, de la democracia, de la nación. Y, por otro, quienes hablan o actúan como si nada hubiera existido antes de ellos; como si con su presencia o palabras se inaugurara la vida sobre la tierra. Sin embargo, hay cosas que no tenemos que ignorar. Porque es necesario que sepamos de dónde venimos. Mantener la memoria de lo que ocurrió en un país que ha sufrido la represión, el silencio y el dolor de una dictadura. Ya que, de unos años para acá, no resulta nada extraño toparse con un revisionismo –tanto burdo como pretendidamente erudito– acerca de etapas no lejanas de nuestra historia que algunos alcanzamos a vivir; y sobre las cuales no nos va a engañar nadie: el miedo, la violencia, la imposición de creencias y falsas verdades que imperaban entonces no son algo opinable. Ni que deba olvidarse.
Publicidad
Eso constituye la verdad de que podemos dar fe como testigos. Por lo demás, nos consta que el tiempo es como la arena de los relojes y una suerte de chicle de la historia. Que, a veces, se estira –agrandando periodos y hechos a los cuales juzgamos como excelsos–; y, otras, desaparece entre los dedos o se oculta en armarios de sombra que no interesaría abrir. En ocasiones, ese mismo tiempo da la sensación de transcurrir muy deprisa y, en otros instantes, se alarga como si los años no pasaran. Pues no pasó igual la década que va del año 75 al 85 del pasado siglo, en que tan vertiginosamente se sucedieron enormes cambios en España, como las décadas que vendrían después. Por supuesto que también la percepción del tiempo suele depender mucho de la edad que se tiene. Cuando la vejez llega, se producen «desajustes temporales» que turban el recuerdo o el sentido: y es que puede cumplirse el día en que uno tenga más edad que la que sus padres alcanzaron nunca.
Se trata de esa extraña impresión que nos causa ver fotografías de antepasados conservándose eternamente jóvenes en su espejo o cárcel sepia: idéntica a la que despiertan en nosotros los retratos de personajes de épocas pasadas o los bustos más realistas de época romana. Recientemente, y a propósito de tales «desfases de tiempo», hice un cálculo en relación con las casas en que había vivido –dentro del mismo pueblo de Castilla– que me sorprendió mucho, porque jamás me había parado a realizarlo: yo veía la casa de mis padres donde viví mi infancia y adolescencia como una realidad intemporal, una morada que fue –y sería– la nuestra por siempre. Y, de pronto, caí en la cuenta de que la casa en que vivo y mandé construir va a cumplir 35 años siendo mi hogar, la cual es una «edad» que la otra ni de lejos alcanzó, dado que fue la casa de mi familia sólo durante un cuarto de siglo.
De manera semejante, descubrí que mis hermanos mayores son tan viejos como eran nuestros padres a su muerte; y que yo mismo me encuentro en camino de serlo. Entonces me acordé de un antiguo mito: el de Edipo, no en su parte más conocida y popularizada en el siglo XX a partir del famoso complejo ideado por Freud; me refiero al encuentro de Edipo y la esfinge; en especial, al enigma que le propone este personaje fabuloso e híbrido. Un acertijo cuya respuesta consistía en adivinar qué criatura anda a cuatro patas cuando amanece, al mediodía a dos y, al atardecer, con tres. La solución no es sino el hombre, que a su nacimiento se arrastra gateando, ya de adulto camina sobre dos pies y, en la senectud, precisa la ayuda de un bastón. Pero acertar con la respuesta selló el destino trágico del héroe, pues le condujo a reinar en Tebas y casarse con su madre, rompiendo –así– el tabú del incesto. ¿Es mejor, a veces, no saber?
Publicidad
Hoy, vemos que la vida de los humanos se ha alargado de forma inédita, al punto que los candidatos a la presidencia del poderosísimo EEUU eran dos individuos que –hasta hace poco– habrían sido considerados «ancianos». Y, al visitar la tumba de mis padres en el cementerio del pueblo, no puedo dejar de pensar que, si hubiesen fallecido en la actualidad con esas mismas edades, se diría que «murieron jóvenes».
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión