Omnipresencia de los 'jarrones chinos'
Se equivocan quienes piensen que puede gobernarse un país sin apenas presencia política en territorios tan fundamentales como Cataluña o el País Vasco; ni la posibilidad de encontrar otra fuerza política con la que hablar y fraguar alianzas, más allá de la derecha radical
Fue Felipe González el que, hace tiempo, señaló que quienes han ocupado la presidencia gubernamental en el pasado suelen incomodar a aquellos que les suceden ... en el liderazgo de los partidos y el ejercicio del poder. Con todo, lo que algunos comentaristas habían denominado como «rebelión de los jarrones chinos» -o «revancha de los dinosaurios díscolos»parece haberse convertido, en las últimas semanas, en una verdadera irrupción o resaca de expresidentes en la política española actual. Ya Rodríguez Zapatero había jugado un papel relevante en el proceso de sacudir o despertar a la izquierda frente a la amenaza del desembarco de Vox, de mano del PP, en el gobierno de la nación. No menos significativo ha sido el aldabonazo y llamada a rebato del expresidente Aznar a los votantes del PP para que -como el domingo- se manifestaran en las calles frente a una hipotética «ley de amnistía».
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Mención aparte merece la contestación de González -acompañado de Guerra- a las líneas de actuación de la directiva de su partido en el presente. Lo cual ha provocado que se les tachara de desleales. Pero, en cualquier caso, la constante aparición de expresidentes en el panorama mediático, hoy, mueve a reflexionar sobre la conveniencia o no de la misma. Si tal omnipresencia de «jarrones chinos» es un buen síntoma respecto a la salud de nuestra democracia o, por contra, un indicio de su posible debilidad. Porque resulta un poco sospechoso que ninguno de ellos haya dicho nunca nada elogioso de quienes los sucedieron en la presidencia (incluso si pertenecían a la propia formación política); de hecho, no estaría de más que hicieran gala de discreción y practicaran la autocrítica, pues sus finales al frente de España no fueron -precisamente- muy brillantes: uno, acabó sumido en medio de una cañí y saitenesca corrupción, con Roldán como protagonista; otro, gestionó de la peor manera los días posteriores a los atentados del 11M y propició la derrota de Rajoy; Zapatero dejó al país -a pesar de resistirse a aceptarlo hasta un postrer instanteen una situación de quiebra; y, el último, terminó con su partido siendo formalmente condenado por los delictivos negocios de la Gürtel y con Cataluña poco menos que sublevada. No es para sentirse demasiado orgullosos, aunque -justo es reconocerlo- todos hicieran aportaciones positivas en su día al rumbo de la nación: también el tan denostado Sánchez, al que le tocó afrontar problemas descomunales como la pandemia o la guerra de Ucrania. Y, sin embargo, nuestro país ofrece tan buenos números o calidad de vida como muchos del entorno. Basta con pasearse por Francia, Alemania o Reino Unido -ahorapara constatarlo.
Y esta tozuda realidad contradice un discurso catastrofista que, desde posiciones reaccionarias, ha querido imponerse al resto de los ciudadanos. Sin ser tampoco el idílico país espejo del progresismo internacional que pretende el gobierno, España -por el momento- ni se hunde ni se rompe. Es más: con sus luchas intestinas, errores mayúsculos y antiguos ruidos, la gobernación de España -por parte de una coalición a la que muchos auguraban escaso recorrido- se ha abierto paso hasta el día de hoy; y lo ha llevado a cabo consiguiendo que nuestra nación superara situaciones enormemente difíciles; o a pesar de tener que cargar con un montón de rémoras estructurales y buscar complejas salidas al ineludible laberinto de la identidad.
Se equivocan quienes piensen que puede gobernarse un país sin apenas presencia política en territorios tan fundamentales como Cataluña o el País Vasco; ni la posibilidad de encontrar otra fuerza política con la que hablar y fraguar alianzas, más allá de la derecha radical. La España diversa, de distintas lenguas, nacionalidades e ideologías necesita un gobierno central integrador y dialogante. Tampoco será sencillo que prospere aquel que se halla ante un mapa autonómico sometido a partidos rivales y precisa de un frágil encaje de pactos en el congreso; o ha de fajarse respecto a un senado controlado por las fuerzas de la oposición. Lo que está claro es que -de cualquier modo- sobra toda tutela de viejos dinosaurios o jarrones chinos.
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