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Está ya disponible, en una de esas plataformas de pago, una película que vi en el cine hace poco y que recomiendo por varias razones. ... Se trata de la última de Sorrentino, uno de los cineastas más lúcidos y creativos del presente, que ha realizado obras tan estimables como 'La gran belleza', 'La juventud' o 'Fue la mano de Dios', en mi opinión aún mejores que la que comento. El filme en cuestión ha sido presentado como un homenaje del afamado y reconocido director a Nápoles, su ciudad natal, pero entraña muchas cosas más. Y, sobre todo, una que me concierne especialmente: la reflexión sobre la antropología y su sentido e interés en el tiempo actual.
Porque la protagonista del relato es, no por casualidad, una estudiante de esta materia que termina siendo profesora de ella. Y la elección de tal disciplina como campo al cual se dedicará Parthenope, que así se llama el principal personaje, tampoco resulta trivial. Uno de sus maestros contestará de manera contundente a la clásica y repetida pregunta de qué es o para qué sirve la antropología: Para aprender a ver. A lo que podría añadirse: para ver y comprender. O, dicho de otra forma, para estudiar e intentar saber qué es lo que –finalmente– nos hace humanos. Por lo que, de modo inevitable, la antropología desemboca, como disciplina, en un proyecto de dimensión humanística. Ya que cabe plantearse otro problema al respecto: ¿para qué sirve conocer y analizar lo humano si no es para procurar mejorarlo?
De entrada, parece conveniente entender que existen muy diferentes maneras de ser humanos, sin –por ello– dejar de serlo. A cuyo conocimiento de las diferencias la antropología ha contribuido –determinantemente– a lo largo de toda su historia. Aunque reducirla, como se diría que –a veces– ha sucedido, a una especie de ciencia de lo exótico sería un error. Como inútil –además de reduccionista e imposible– es constreñir la antropología a mera etnografía y a ese método, el etnográfico, acumulando pintoresquismos o rarezas de dentro y fuera sobre pretendidos 'salvajes' de acá o de allá; sobre campesinos supuestamente 'atrasados' o indígenas a los que antaño se consideró y denominó 'primitivos contemporáneos'.
Ya lo supo percibir aquel maestro e impulsor de la antropología cultural que fue Franz Boas, quien enseñó a sus discípulos y –aún más– discípulas cómo la antropología habría de convertirse, fundamentalmente, en el espejo a través del cual descubrimos nuestra imagen en otros y aprendemos de ello para entender mejor qué está pasando en el presente. Para así prevenir, a partir de ahí, de lo bueno y –en particular– de lo malo que pudiera ocurrir en el futuro si nos alejamos de la comprensión de la humanidad en su conjunto; o asumimos, sin cautela, cambios demasiado bruscos que repercutan –negativamente– en nuestras vidas. La antropología sirvió entonces para desmontar creencias racistas y avisar acerca del riesgo de que se impongan, desde el recelo, nacionalismos monolíticos e identidades excluyentes a países enteros.
Pero, más allá de estas indudables revelaciones, la antropología, como –acertadamente– muestra la película 'Parthenope', aporta otras 'utilidades'. Y es que no solo ayuda a indagar en nuestra identidad y conocimiento individuales respecto al mundo, sino que –también– contribuye a afrontar con adecuadas herramientas los retos que, como humanidad, hoy, tenemos que afrontar. Gracias a lo que se sabe en la actualidad por ella, nos consta que la diversidad no supone desvío ni distorsión de lo humano, pues constituye –sin embargo– su auténtica esencialidad. Somos humanos –y nos hacemos tales– mediante culturas y lenguas diferentes. La antropología, desde esta perspectiva, sirve igualmente para replantearse viejos dilemas, como el de la deseable bondad o inevitable maldad de la naturaleza humana. Ya que, en la medida que lo humano es una condición, lo que seamos dependerá del rumbo que tomemos en cuanto especie. Por desgracia, vivimos un momento preocupante en el que gobernantes decisivos parecen haber optado por dirigirse a los peores aspectos de la humanidad. 'Parthenope', al contrario, nos habla del misterio de la compasión.
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