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La identidad puede ser de muchos tipos y maneras o definible de varias formas; pero, hoy, conviene recordar lo que tiene de elección individual, a ... pesar de que se trate –también– de algo colectivo o sentimiento de pertenencia a un grupo: a una clase, género, cultura, comunidad, territorio o región. Recientemente, han vuelto a tener lugar en León manifestaciones muy significativas de ciudadanos que reclaman tanto un mejor trato para la provincia como la aceptación de su identidad propia; y se ha propuesto en el seno del PSCyL el reconocimiento de la región leonesa en cuanto Comunidad Autónoma separada de la castellana. No se trata sólo de un provincialismo tozudamente reivindicativo o, peor, un provincianismo recalcitrante que, como Guadiana fastidioso para la visión oficial de una Autonomía sin identidad ni identidades, emerge –cada vez con mayor fuerza– de tiempo en tiempo.
Hay mucho más. Bastante más que sinsabor o descontento por sentirse preteridos y maltratados como habitantes de un determinado territorio desde la Junta de Castilla y León, los gobiernos de la nación o la Unión Europea. Que de todo esto existen ejemplos; pero, según escribe Alberto Flecha Pérez en un libro recién publicado sobre Identidades en Castilla y León, que hemos coordinado Dámaso Vicente Blanco y yo, «el leonesismo no puede ser percibido como un provincialismo más por el que se reclama un mejor trato en el reparto que se hace desde la Junta de Castilla y León». Porque, en efecto, y como dice el citado autor, hacerlo implica «agravar el problema», en cuanto ello muestra «la ignorancia de la dimensión histórica y social del mismo».
Ahora bien, ¿qué territorio es el que se reclama exactamente como leonés? ¿El del antiguo Reino de León? ¿Y en qué época concreta? En mi caso, soy zamorano un poco por accidente, ya que, habiendo nacido en Zamora, fui traído con menos de tres meses de edad a Valladolid. Y voy a contar una anécdota que ejemplifica muy bien este dilema: hace unos pocos años me entrevistaron en un programa de radio nacional en que trabajaba el famoso Broncano, quien entonces iba «de meritorio», asaltando a la gente que pasaba por la calle para preguntarles de qué identidad se sentían o consideraban.
Desde el estudio, me entrevistaron luego, sorprendiéndose quienes lo hacían de que, habiendo nacido en Zamora, yo me identificara como castellano más que leonés. Tuve que explicar que me había criado en la Tierra de pinares vallisoletana, donde no es que la gente hable como Delibes escribe, sino que éste escribía como hablaban ellos. Y que crecí, precisamente, escuchándolos y aprendiendo a ir y venir por el pinar con las palabras y nombres que me prestaron para apropiarme de los lugares de mi entorno.
También tuve que explicar que, habiéndome marchado a investigar y vivir en Estados Unidos antes de cumplir los 30 años, fue –justamente– allí donde me vi obligado a identificarme, primero, como «español de España», spaniard, que no meramente spanish, aplicable en los EE UU a los hispanohablantes que proceden de cualquier país de la América llamada «latina»; y, además, como castellano de la Old Castile, por retórico y hasta pedante que suene. No obstante, no fue esto lo peor o más comprometido. Hubo quienes me escribieron a mi correo del CSIC, pretendiendo darme clases de historia sobre leonesismo, y extrañándose de que no me identificara como leonés. O sea, que me venían a decir que, independientemente de lo que yo pensara, tenía que identificarme como tal, porque sí.
Cierto es que la identidad puede funcionar, a veces, como una etiqueta, una condena o –incluso– un pretexto para que te incorporen a una nación o región, al margen de lo que pienses, y si no que se lo pregunten a los habitantes de Alsacia y Lorena. Pero hablar, como a menudo se hace, no ya de una falta de conciencia autonómica o regional en Castilla y León, sino de una «no identidad» castellana y leonesa es no conocer la realidad y las identidades previas al constructo administrativo de esta Comunidad Autónoma. Puesto que Castilla y León –juntos o por separado– está llenos de identidad, paisajes, culturas, lenguas y belleza.
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