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A todos nos bombardean, hoy en día, ya sea desde el teléfono móvil u otros dispositivos electrónicos como el ordenador personal, con una serie de 'noticias' que –en rigor– ni siquiera lo son. ¿Por qué? Pues porque no informan tanto –o nada– de novedades que ... suceden actualmente como repiten un conjunto de fórmulas que ya han sido utilizadas con otros personajes y hechos un montón de veces: «Tenso enfrentamiento entre menganito y zutanito»; «El verdadero motivo por el que fulano hizo tal cosa»; «Un americano (o alguien de cualquier nacionalidad) alucina (o se sorprende) con lo que hacen los españoles aquí (o al revés)»; «Difícil de creer, este es el precio real de tal cacharro»; «Los expertos coinciden en decir que bla, bla, bla». Sin hablar de todas las noticias falsas sobre famosos como Amancio Ortega, Elon Musk o Bill Gates, a quienes se les atribuyen donaciones inexistentes, consejos para ganar dinero a través de las criptomonedas o detenciones por la policía en medio de un tremendo escándalo.
Se trata de las no-noticias, del antiperiodismo y el triunfo de la desinformación, que cada vez van a verse más favorecidos por la vía libre para el bulo que las grandes compañías tecnológicas han decretado, al permitírseles prescindir de todo sistema de verificación. En este caso, no vale ya la conocida frase que se hizo popular hace décadas en el ámbito de habla inglesa: «No news, good news». Pudiéndose afirmar, por el contrario: «No news, bad news». Es decir, la mala noticia de que buena parte de las informaciones que entra a diario en nuestros aparatos es, manifiestamente, mentira; de que constituyen –en realidad– un cúmulo de perversas estrategias destinado a diseminar temores, manipular nuestros posicionamientos ideológicos o vendernos inexistentes recetas mágicas. Bulos y timos, en definitiva. Viejas tonterías que son empleadas como reclamo para atraer nuestra atención hacia aplicaciones, sitios y webs generalmente fraudulentos o fraudulentamente usurpados.
Mientras, todos los grandes millonarios de los USA, que es como decir del mundo, se apresuran, casi dándose codazos, para donar millones a Trump y no quedar mal colocados en la fotografía del super-aquelarre de la toma de posesión de aquél como presidente. El poder siempre funciona de ese modo: tienen que mostrarse en público la importancia e influencia de cada uno posando junto a quien más manda. Y es que parece que estuviéramos en un momento de la historia en el cual la verdad no importa; en que serán esos mismos millonarios quienes, mediante los inventos que controlan para sí, como las plataformas digitales o la Inteligencia Artificial, nos digan lo que tenemos que pensar y conocer; qué hemos de comprar y consumir, perseguir y anhelar; qué futuro será, si no el más beneficioso para la humanidad, sí el verdaderamente lucrativo para ellos.
Lo mismo les da que el planeta se desertice o explote, que la alteración del clima acabe haciendo insoportable la vida en la tierra o –cuando haya sido culminado su expolio, degradación e inviabilidad– debamos emigrar a otro astro para esquilmarlo también. Y así sucesivamente. Pues individuos como el millonetis Trump vislumbran, tras la obviedad de que Groenlandia se deshiela, una excelente oportunidad para trazar rutas y explotar todos sus recursos minerales. Más territorio que asolar y en el que edificar el día de mañana, nuevos horizontes donde hacer negocio. Porque esta es la antipolítica, idiotas.
A quienes sólo les preocupan las oportunidades de llegar a ser más ricos de lo que ya son en el presente, poco les inquieta lo que pueda pasar con su país, con el mundo y con la humanidad en el porvenir. Ahora, que en esta lucha global de unos millonarios contra otros van a adueñarse del poder mundial aquéllos que cabría identificar con la «línea más dura» del capitalismo, muchos se van a enterar de lo que supone votar y hacer el coro a la victoria del neoliberalismo inhumano. El que predica y extiende el libre mercado para los demás; niega el cambio climático, pero está aspirando a aprovecharse de él; y no ambiciona nuestro progreso colectivo, sino el logro de sus propios intereses.
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