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Es posible que una de las pocas virtudes que me pertenecen sea la facilidad de poder reproducir una melodía sólo con escucharla un par de ... veces. Siento que cuanto mejor sea la canción mayor facilidad me provoca. Supongo que intervienen ahí varios factores que nunca me he preocupado por descubrir, y eso que mi madre intentó muchas veces que ingresase en el Conservatorio de Música, pero fue misión imposible.
Así como me considero bueno en eso, en sacar la melodía, les confieso que para las letras soy un negado. Me es indiferente que sean en español, en italiano o en inglés. Soy malísimo, una autentica calamidad para recordar las letras, aunque la canción sea una auténtica memez de rima simple.
Me contaba un buen amigo que, en su casa, el reggaetón y estas nuevas corrientes musicales estaban prohibidas por decreto, y que a sus hijos desde bien pequeños les había educado evitando a los del auto - tune.
Quizá por eso de que el miedo es libre y muy contagioso, a mis hijos desde bien pequeños he intentado ponerles la música que a mí y a su madre nos gusta, aunque yo no recuerde la letra de prácticamente de ninguna. Bueno, les miento, las de Calamaro, sí.
Mi hijo Dimas, que tiene más sentido de la música que yo, y desde luego muchos más conocimientos, trabaja perfectamente el recuerdo de las melodías y empieza a parecerse al gran Ramón Toral en aquello de recordar las letras de las canciones, que no el ritmo.
En León, cuando «la noche era un cachorro» como nos decía el genial Eddy Sheehy siempre que nos encontrábamos en el Danubio (él ya de retirada y nosotros con las cañas preliminares de lanzadera), aquel León de noche, que ahora es de café torero, había un pub donde muchos antes de recogerse, iban en buscan del gol de oro.
Y allí sonaba, Raphael, Camilo Sexto, Julito Iglesias y por supuesto, los Village People con dos canciones. YMCA e In The Navy.
Yo siempre fui mas de la segunda por aquello de que la letra ahí si que era más fácil, y a medida que iban cayendo las horas y los hielos, aquello se agradecía.
Ver a Donald Trump bailando el éxito de los Village People en la previa de la toma de posesión como presidente del mundo, me llevó a aquellos años y a aquel pub del Húmedo, donde algún amigo ya bailaba con mucho más arte el YMCA.
Les seré honesto, no pensé en la que se nos puede venir encima, en los futuros aranceles que sin duda perjudicarán nuestros intereses ni fui más profundo analizando el perfil de sus asesores y secretarios de estado. Ni siquiera pensé en sus primeras medidas ni en la puesta en escena, ni el grosor del rotulador con el que firma.
Lo que hice no fue otra cosa que ir a la traducción de la letra en castellano. Ya que después de tararear la canción mil veces no tenía ni idea de qué significaba.
La canción es un homenaje a la Asociación de jóvenes cristianos. Un lugar de encuentro para gente con pocos recursos y con esos valores.
Sin embargo, cuando el éxito de la canción se disparó dicen que no gustó mucho a ciertos estamentos de la organización cristiana. Y la cosa no llegó a juicio porque hubo compensación económica del grupo. Y por supuesto, una propaganda impagable.
Y ahora estos mismos Village People han pasado de querer emprender acciones legales contra Trump por usar su icónica canción en campaña, a actuar para él, todos lo vimos, en los festejos de la investidura y colocar de nuevo la canción en lo más alto, encendiendo de nuevo la maquina de hacer billetes.
¿Se imaginan eso aquí? Pues eso.
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