¿Quién quiere ser maestro?
Los decanos de las facultades de Educación quieren que haya una prueba que mida la verdadera vocación de los aspirantes
Hace ya unos cuantos años, en el colegio nos hicieron una prueba para descubrir si alguno de nosotros tenía alguna vocación profesional oculta. Aquellas pruebas ... de psicología eran pioneras y claramente el cura que nos las hacia no tenía mucha idea del asunto, vamos que como diría el musico tocaba de oído.
Por aquellos tiempos la psicología empezaba a estar presente en los colegios, y diría que con nosotros intentaron hacer una prueba que no funcionó. Los que prometían ser brillantes y hombres de futuro, e incluso aquellos que estaban llamados a ocupar grandes cargos en la administración, hoy sabemos que han fracasado estrepitosamente y por el contrario, los que iban a acabar en lugares a priori menos atractivos, ahí están, quemando billetes y riéndose de todos nosotros.
Uno de los resultados de esas pruebas que se plasmaban en aquellas hojas pegadas con perforaciones a los lados, siempre según ellos, reflejaba el futuro que nos depararía a cada uno de nosotros.
De aquella experiencia, sólo recuerdo que mi madre no me comentó nada. Aquello resultó ser un auténtico disparate y prefirió, como tantas otras veces, tragárselo y no comentarlo. Yo de pequeño no apuntaba maneras, no me gustaba la Bola de Cristal, ni la Historia Interminable y estaba más cerca del desecho de tienta que del montón para arriba.
Según aquel licenciado, algunos claramente iban a ser médicos, ingenieros o arquitectos, mientras que otros, simplemente no seriamos nada en la vida, porque no teníamos una vocación clara, y pasaríamos a ser de los mediocres.
Mi hijo Dimas hoy en día lo tiene bien claro, quiere ser como Edu García y su Radio Estadio, o como Héctor Rodríguez, Marta o Romero. Quiere narrar partidos, gritar el tren y dar paso a los Pata Negra. Le mosquea que no haya facultad de periodismo en León y el hecho de tener que ir a otra ciudad a vivir aventuras, aunque sospecho que eso con dieciocho años lo celebrará. Dimas tiene vocación, escucha la radio, comenta en su habitación los partidos, y no tiene miedo escénico.
La abuela de mi abuelo Armando, fue maestra «Rural, rural nada más» como decía don Roberto, el peculiar pedagogo interpretado magistralmente por Paco Hernández en la genialidad de José Luis Cuerda, Amanece que no es poco.
Mi madre fue maestra, aunque ejerció poco, y mi hermana es profesora de la facultad de Educación de la Universidad de León. Todas ellas tenían vocación, la más importante de todas, hasta el punto de que mi madre siempre decía que, si le tocaba la lotería o si llegaba a tener una herencia de algún primo indiano desconocido, montaría un colegio.
El brillante colaborador de este periódico Alfonso Niño, es profesor por vocación, y columnista por derecho. Y si Peláez es el Zidane de los opinadores, seguramente Niño podemos decir que es nuestro Fernando Redondo. Maestro y columnista, iguálenmelo, suena casi con tanto aplomo como director del Norte de Castilla.
Los decanos de las facultades de Educación quieren que haya una prueba que mida la verdadera vocación de los aspirantes para acceder a las carreras de Magisterio.
Ante el miedo al intrusismo y a que la gente se matricule por hacer algo, o porque les sirva de trampolín para una oposición, proponen un examen que evalúe las competencias comunicativas y el nivel de matemáticas de los alumnos antes de ingresar en la Universidad. Pero, sobre todo, buscan que los futuros maestros vengan desde casa con determinadas cualidades: empatía, capacidad de trabajar en equipo, habilidades comunicativas, pensamiento crítico y facilidad para establecer relaciones interpersonales.
¿Algo más? Porque por delante de todo ello deberíamos hablar de poner una nota alta para entrar, mejorar considerablemente los sueldos, mostrarles respeto, devolverles cierta autoridad y reinstaurar su imagen social, por ahí deberíamos de empezar.
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