Clarete con gas
Hubo una época en que intenté ajustarme el cinturón y decidí ser yo quien fuera al mercado en busca del ahorro
Recuerdo perfectamente que cuando Sofía y yo decidimos casarnos nos fuimos a cenar a una mítica pizzería del centro de León que por desgracia ya ... no existe. No es que fuera nada del otro mundo, solo un local normalito, de precio asequible y con mantel de papel.
Y lo del mantel de papel no lo digo de forma despectiva sino todo lo contrario, ya que nos sirvió para hacer todas las cuentas de la que sería nuestra pequeña economía familiar.
Partida a partida intentamos presupuestar el mes a mes, siguiendo aquella máxima de director del banco que dice que los gastos destinados a la vivienda no pueden superar el treinta y cinco por ciento de nuestros ingresos. Algo parecido a lo de la publicidad institucional, pero con una diferencia muy significativa, el bancario sabe de lo que habla mientras que alguna procuradora toca de oído.
Volviendo a lo de economía familiar, yo siempre imputaba gastos de comida unos 100€. Mi mujer me decía que con eso no teníamos ni para una semana y yo siempre le argumentaba que en todos los años que viví solo, nunca gasté tanto en comer o al menos eso es lo que creía.
Evidentemente eso no era del todo cierto, sino una falsa creencia que se basaba en que para mi la prioridad con veintipocos años era salir, divertirme y comprarme cada mes de mayo un nuevo polo Lacoste (es ya una tradición), y lo de comer se podía arreglar con pasta con tomate, atún y paté La Piara.
Ese mantel lleno de cifras y anotaciones, como el de Florentino cuando fichó al genial Zidane, lo guarda mi querida esposa con especial cariño y alguno que otra vez me lo saca del cajón para reírse con mi espectacular mi previsión de vida.
Lo de que mi madre o mi abuela, se cruzaran medio León para comprar en un lugar la leche y en otro diferente el aceite, lo de estar pendiente de la radio para saber dónde está de oferta el bonito del Cantábrico o eso de lo subir el folleto y subrayar las promociones del supermercado no era por romanticismo, sino que tenía su sentido.
Aún recuerdo que siendo pequeño algún sábado iba con mi madre a la 'Plaza', el llamado Mercado de abastos de León, en busca de los mejores productos y también de los mejores precios.
El jueves pasado conocimos la Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, donde nos cuentan que en Castilla y León el personal gasta más en la vivienda que la media nacional. El clima no juega a nuestro favor ya que nuestros hogares son los que más gastan para pagar el gas y mantener la casa caliente.
Lo interesante del estudio es que gastamos más en carne que en ropa y más en Internet que en fruta. ¡Toma ya!
Hubo una época en que intenté ajustarme el cinturón y decidí ser yo quien fuera al mercado en busca del ahorro. Y efectivamente cogí a Telmo a primera hora, le metí en el carrito y me fui a comprar fruta y verdura, pero como era sábado y la semana había sido muy dura, decidí sobre la marcha parar a desayunar un buen café con un pincho de tortilla, ¡Total, es sábado!
Volvíamos con el carro cargado de bolsas y como hacía calor paramos a tomar una caña en un conocido local, y al final fueron dos. Llegando a mi casa, me encontré con mi tío Maxi y lo que iba a ser otra caña rápida, fueron de nuevo dos.
Resumiendo, el ahorro que tuve en el mercado lo invertí en cañas, algo parecido a aquel amigo de mi padre que se hacía todos los días 8 kilómetros andando para poder ir por la tarde con la mujer de vinos. O como Manolín mi querido vecino que le propuso a la nueva doctora ir a hacer deporte y a leer el periódico todos los días a un club deportivo de León, La Venatoria, con la condición de parar a tomar un Clarete en todos los bares del camino, eso sí, ¡sin tapa!
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