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El verbo existe y hasta lo reconoce el diccionario de la RAE, que no es precisamente proclive a la audacia léxica. Desquiere quien habiendo querido ... deja de hacerlo, según la Academia, y se podría añadir, aunque esta no lo contemple, que desquiere el que, suponiéndosele la querencia o teniendo motivo para ella, deja de practicarla o demostrarla. Conviene el concepto para la historia que nos cuenta, con ingenio y acierto extraordinarios, Ignacio Peyró en su más reciente libro, 'El español que enamoró al mundo', subtitulado como 'Una vida' de Julio Iglesias. Si a quien esto firma le hubieran dicho hace sólo un año que leería incluso con fruición una biografía del cantante cuyo azucarado repertorio lo fustiga desde la infancia, habría alzado las cejas hasta su límite de elevación. Y, sin embargo, así ha sido.
Sabíamos de la destreza de Peyró como prosista y cronista, también que la biografía del cantante estaba llena de vaivenes y de excesos, porque incluso a los que nunca abrimos una revista del corazón nos constan sus amoríos y las revelaciones más o menos ominosas hechas por quienes lo traicionaron. Lo que no vimos venir, y Peyró sí, es que la vida desmesurada de Julio era una especie de hilo rojo que va pespunteando los últimos ocho decenios de la historia de España —más o menos desde el cierre de nuestra última matanza incivil— y que, lejos de representar un contraste estrambótico, encierra una cumplida explicación de no pocos de los desconcertantes entresijos de nuestro ser.
Parte el autor del libro de una pregunta pertinente: ¿cómo es posible que el español que con diferencia más ha triunfado a escala planetaria, incluido ese matadero de estrellas ajenas que son los Estados Unidos, haya tenido que convivir con el desdén más o menos sostenido de sus compatriotas? He ahí el primer desquerer del que se ocupa esta narración, que algo tiene que ver con la forma en que España se desquiere a sí misma, hasta el punto del maltrato y la renuncia al orgullo por los logros de los suyos, a los que tan fácilmente convierte en extraños.
Pero el relato no estaría completo, y Peyró lo aborda con la misma sutileza, sin mostrar cómo el desquerido, a su vez, y sin dejar de blasonar de su españolidad, se toma buen cuidado de mantenerse lejos del territorio patrio, para, entre otras cosas, abstenerse de ese acto de amor a los compatriotas que es pagar impuestos. Costumbre tan nuestra que hasta acaba sumándose a ella quien durante cuatro décadas fuera jefe del Estado.
En esta herida hurga Peyró. Y qué a cuento viene.
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