Félix Morquecho

Papá, ¿nosotros somos fachas?

«Es complicado explicar a los jóvenes que hay gente buena y mala en todos los sitios»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 11 de julio 2025, 06:53

Es duro ser un fascista. Es duro también ser socialista. Es duro, incluso, ser centrista, un tibio y equidistante moderadito. Y todo esto lo sé ... bien porque tengo que aguantar diariamente críticas por las tres cosas, las tres a la vez y, en ocasiones, las tres por el mismo texto. Lo que a unos les parece ultraderechista a otros les parece socialdemócrata y a otros de una indefinición timorata. El cacao ideológico del personal es terrible y la cultura democrática, nula. A este lugar penoso hemos llegado por muchos motivos, fundamentalmente por las redes sociales, por la ausencia de lecturas y por la crisis de la prensa. Por las redes sociales por que han supuesto un germen para el populismo y una fábrica al por mayor de bulos, de mentiras y de odio; por la ausencia de lecturas porque nadie tiene ya la menor curiosidad por comprender cómo funcionan las cosas y es poco frecuente ver a personas fuera del ámbito académico con el suficiente respeto por ellas mismas como para intentar tener claves complejas para interpretar el mundo; y en cuanto al tercer factor conviene recordar que, en realidad, la crisis de la prensa y la crisis de la democracia es la misma. Un pueblo que no lee periódicos es un pueblo que se ahoga en sus sesgos, en sus prejuicios y en la endogamia de la hemofilia intelectual. Y cuando eso pasa, cuando nos entregamos a la arrogancia del dogmatismo —o peor aún, del desinterés— nos volvemos nacionalistas de nosotros mismos. Es decir, fundamentalistas. Y entonces, lo primero que sale perdiendo es la verdad que, según intentan decirnos, es solo una versión de los hechos.

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El otro día mi hija me preguntaba si éramos fachas. Le respondí que yo no y que ella podría ser lo que quisiera, menos idiota. Pero aproveché para explicarle lo que es un facha, que no es, como parecen creer muchos jóvenes, una persona española, que va a los toros, que ama a su país y que profesa la fe católica. Hay millones de socialistas que van a misa, a los toros y que aman su país. Y millones de personas de derechas que en su vida han pisado una iglesia ni una plaza de toros y que odian profundamente España al querer convertirla en lo que no es, lo que nunca ha sido y lo que nunca será. Ser facha es otra cosa, algo con lo que no conviene jugar ni en broma.

¿Entonces eres socialista? Le respondí que ni por asomo. Y le expliqué que el socialismo no es, como los socialistas quieren hacernos creer, sinónimo de progreso, feminismo, ciencia y estado de bienestar. Hay millones de personas de derechas que creen en la ciencia, en la igualdad, en el progreso, en la sanidad y en la educación universal. Y al revés: hay millones de votantes de izquierdas que desprecian la libertad, el pluralismo y que odian el progreso económico. Abortistas contra taurinos; lesbianas contra creyentes; amantes de los perros contra empresarios. A esta dialéctica falaz han reducido el debate público. Es complicado explicar a los jóvenes que hay gente buena y mala en todos los sitios y que se puede estar a la vez contra la repugnante xenofobia de Vox y contra la deriva totalitaria e iliberal de este PSOE corrupto. Es más, que se debe estar en contra de las dos cosas con la misma firmeza. Sobre todo para los que somos creyentes, taurinos, heterosexuales, españolazos, pero defendemos la separación de poderes, el imperio de la ley, el parlamentarismo, la Constitución, las instituciones, la libertad de expresión, sexual, de prensa, la libertad religiosa, el pluralismo político, la monarquía constitucional, el racionalismo, la ciencia y la cultura, el capitalismo, la propiedad privada, la iniciativa empresarial, los derechos de los trabajadores y todo ello a la vez y sin ningún problema.

Es importante explicar que no es que Vox sea 'la derecha', es que ni siquiera se puede considerar derecha. Es otra cosa, nacionalismo, populismo, un partido iliberal, trumpista-putinista, xenófobo, en ocasiones antimonárquico —algunos al rey lo llaman Felpudo VI—, como buenos falangistas; abiertamente socialistas en muchos de sus planteamientos económicos, también como buenos falangistas —vivienda, sindicato, proteccionismo económico, intervencionismo en precios, odio hacia las élites—; que, en su deriva calvinista, han machacado al Papa Francisco y lo harán con León XIV si no lo pueden manipular; que Orban, Bolsonaro, Bukele, Trump y el resto de sus socios en Holanda, Reino Unido, Finlandia, etc., tienen algo en común: son protestantes y anticatólicos. Y desde luego, todo eso no es muy de derechas, como no lo es estar contra la Constitución al cuestionar el modelo de organización del Estado, la libertad política —piden ilegalizar a partidos comunistas e independentistas—, la libertad religiosa y el principio de igualdad ante la ley, defendiendo la primacía de los españoles de origen sobre los nacionalizados.

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Y poco tienen que presumir en la izquierda. Porque el PSOE ya no es un partido socialdemócrata europeo, sino una máquina de poder que ha abandonado cualquier respeto institucional para convertirse en un frente populista. Su único propósito es impedir la alternancia, y para ello ha laminado las garantías del Estado de derecho, ha colonizado las instituciones y ha perseguido a jueces, empresarios y periodistas. El PSOE es un peligro. Y, en este momento, más real, urgente y acuciante que la extrema derecha, de momento solo potencial.

Y entonces, ¿qué nos queda? Pues lo de siempre: entre el neofalangismo disfrazado de patriotismo y el clientelismo disfrazado de progreso, queda el espacio más complicado de defender, el de la razón, la libertad, la Cultura y el coraje de pensar por uno mismo. Existe una derecha liberal. Y estar ahí —la élite intelectual frente a tanto cafre— no pasa por situarse en un lugar equidistante sino por defender principios ilustrados y firmes valores democráticos frente a la incomprensión y desprecio por parte de los que los atacan, que son muchos y en todos los partidos. Y, desde luego, pasa por tener más apego a los valores que a las siglas, más lealtad a las instituciones que a los partidos y más confianza en lo que somos que miedo a lo que quieran decir que somos. Aunque eventualmente eso sea fascista, socialista, moderadito, o todo ello a la vez.

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