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Después del apagón, ya con tiempo para ver o no distopías, pienso en esos días tan extraños que estamos viviendo. Pienso en que se ... nos bajaron los plomos y así seguimos hasta que nos ronde la morena, que nos rondará. En la ciudad, por desgracia, la oscuridad trae más oscuridad, el peligro de las grandes urbes de los machetes, que se sufren como pago a la mal entendida modernidad de la ciudad que crece. Es inevitable, pero pasa en todas las urbes.
Se fue la luz hace ya unos días, pero yo sigo esperando que las válvulas den electricidad y me funcionen los polos neuronales. Después del apagón, como después de la pandemia, hemos salido como más crédulos, más acomodaticios. Ojo, es un proceso lógico cuando se ha alterado la realidad. Y en España la realidad es materia que brilla por su ausencia. No vimos los contornos, y el problema es que no los veamos en lo sucesivo. Que todo quede en un rifirrafe político y no en el escozor y el miedo a futuro de un problema de seguridad nacional. Sí, ya sé que volver a hablar del apagón es reiterativo, pero el apagón se me ha subido a los molares, y ahí está, como una caries mal curada. Después del apagón viene el arreón de mayo, con sus cosas, que, contradiciendo al poeta, es un mes cruel. El de las vagas promesas y las madrugadas traicioneras. Yo quería hablar de ese apagón que me ha desconectado del mundo, de la capital y de la aldea. Llevo alma de gasógeno, y así voy gestionando todo esto que siguió al apagón de marras. Acostumbro ahora, de madrugada, a leer con una linterna frontal. Que me da la vida.
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