Introspección
«Hoy la vergüenza exterior sustituye el roer hondo de la culpa, y el descaro de la mentira sustituye a la verdad, siempre pudorosa y oscura»
Muchos pensadores contemporáneos suponen que hemos perdido capacidad de introspección. Creen que el uso de las redes sociales colabora definitivamente en una atracción por lo ... superficial que bloquea el paso al conocimiento interior. La soledad, la reflexión, la meditación y hasta el examen de conciencia han perdido su atractivo tradicional. Los que aún lo cultivan se han convertido en una suerte de eremitas del presente. En náufragos de la profundidad.
Sin embargo, este tipo de afirmaciones contundentes olvidan que las opiniones colectivas del pasado las formulaban solo la parte más granada y culta de la sociedad, mientras que ahora se imponen por su ruido y masificación las opiniones más vulgares y chabacanas. Cambio que relativiza mucho la opinión general en la actualidad. Incluso ayuda a pensar que esta idea sobre la exterioridad epidérmica de la vida, que acabo de sugerir, quizá no deja de ser ella misma una opinión superficial que poco tiene que ver con la realidad.
Sea como fuere, los discursos del psicólogo que cada persona lleva dentro, a la hora de valorar e interpretar sus emociones, han sido colonizados por las ideologías más simples que circulan en redes, medios y textos de divulgación. Esto es tan cierto como que solo la buena literatura, que se alza como un gigante de hondura y complejidad, conserva la capacidad introspectiva que ennoblece a las personas.
El hombre contemporáneo ha vendido su sombra al diablo, como hizo Peter Schlemihl, el personaje del relato de Chamisso, y vaga por el mundo condenado a la transparencia y a la exposición. Sin sombra no hay interior oculto. No existe espacio para la intimidad y todos los deseos se reducen a gastar de ese monedero que Schlemihl ganó a cambio de su sombra y del que mana oro sin parar.
Este relato, que podemos utilizar como alegoría del capitalismo, aúna la superficialidad y la transparencia al despilfarro. La economía de mercado nos condena a sostener la mirada fuera, logrando de este modo que nos pase desapercibida la sombra de las cosas. Pero la vida necesita oscuridad interior, profundidad, misterio, ocultación e intenciones segundas. Sin estos filtros perdemos la sombra y todos los deseos ascienden a la superficie donde solo saben consumir y comprar. Flotan, sin consistencia ni fondo, oscilando entre la exhibición y la vergüenza, sin apoyarse en el suelo firme de la indagación, la tentación y la culpa. El origen del cristianismo supuso una interiorización creciente de la vida que Agustín de Hipona resumió a su modo: «En el interior del hombre habita la verdad». Hoy, en cambio, la vergüenza exterior sustituye el roer hondo de la culpa, y el descaro de la mentira sustituye a la verdad, siempre pudorosa y oscura.
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