Adolfo Suárez se dirige al Senado el día EN que esta cámara aprobó los Pactos de la Moncloa. ABC

Los 'impactos' de la Moncloa

«No hay expectativas de consensuar unos pactos con el respaldo logrado en 1977»

David Dobarco

Valladolid

Martes, 28 de abril 2020, 07:10

Tras la celebración de las primeras elecciones democráticas (15-J de 1977), la situación española era muy compleja, la amenaza terrorista aumentaba, la intolerancia beligerante ... de sectores del anterior régimen invocaba al golpismo y, ante la incertidumbre política y socioeconómica, se disparó la inflación (en agosto alcanzó el 28,6 % interanual). El marco legislativo era muy precario, se acababan de formar unas Cortes, que no iban a ser Constituyentes aunque acabaron siéndolo, y debían definirlo, pero la economía podía provocar una situación explosiva que malograra los esfuerzos de implantar un sistema democrático.

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Adolfo Suárez se lo planteó a las fuerzas políticas y a los agentes sociales, con un Plan Económico de Fuentes Quintana, y surgieron los Pactos de La Moncloa, un hito indudable de la Transición española. Se firmaron el 25 de octubre de 1977 por representantes de las principales fuerzas políticas, asociaciones patronales y sindicatos. Básicamente eran dos acuerdos: uno político (programa de actuación jurídica y política) y otro socioeconómico (programa de saneamiento y reforma de la economía). El presidente Suárez estuvo a la altura de estadista necesario para dirigir la Transición (como se demostró) y las fuerzas firmantes estuvieron a la altura de la trascendencia histórica del momento: todos apostaron por la Democracia y su compromiso la posibilitó.

Cuarenta y tres años después, España y todo el planeta padecen una inesperada crisis sanitaria: la covid-19. Su gravedad colapsa sistemas sanitarios, paraliza la economía y provoca despidos masivos, que anticipan una desestabilización social desconocida desde 1929. Pero la pandemia pone a prueba la capacidad de la Unión Europea para dar respuesta conjunta y solidaria por sus miembros. Si es capaz de hacerlo la UE, reforzará su proyecto, el único posible para su subsistencia en un mundo de grandes bloques globales; si no lo logra asumirá un proceso de autoextinción. Todo sucede en ausencia de liderazgo europeo, sin haberse recuperado España de la crisis financiera de 2008 y con otra crisis de Estado propia: «cuatro crisis y pico». ¿Quién da más?

España tiene cifras terribles en la crisis de la covid 19: el mayor número de fallecidos por habitantes y el mayor número de sanitarios contaminados por la pandemia. No son datos casuales, sino fruto de la gestión tardía y caótica de la crisis sanitaria, que diezmó a la indefensa primera línea de profesionales sanitarios. La población fue capaz de buscar respuestas antes de que el Gobierno «aterrizara»; espontáneamente se reconvirtieron empresas para producir respiradores, máscaras, incluso trajes de protección. La descoordinación administrativa ha dado una imagen penosa, con episodios grotescos de compra de material defectuoso, etc.

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Tras un mes de marzo nefasto, el equipo de crisis parece haber logrado asentarse. En estas circunstancias parecería impropio comparecer en los medios para elogiar esa gestión, cuando lo propio sería disculparse. Pero, para sorpresa de muchos españoles, Sánchez se autoinvita a nuestras mesas a la hora de comer cuando le parece, nos tutea y abruma con sermones, prorrogados con preguntas, en inicio filtradas y ahora formuladas por algunos medios insospechados. La propaganda exige un tedio que no baja de una hora; hay que tener una osadía especial para ello, tal vez sea objeto de algún manual.

Vivimos una situación complicada, pero diferente de la de los Pactos de La Moncloa. Tenemos una Constitución democrática que no debería cuestionarse políticamente, pero el Gobierno de Sánchez se apoya en quienes la rechazan. Un acuerdo socioeconómico es clave para la estabilidad del país, pero también para tener credibilidad en Europa. Es inevitable estimar el coste real de la crisis de la covid 19, la implementación de la ayuda de la UE y pactar cómo se asume tan importante deuda. Pero toda esa actuación, inevitable y fundamental, suena a música celestial ante la evidencia de que los gobiernos 'Frankestein' de Sánchez, son incapaces aprobar los Presupuestos Generales y el gasto público se convierte en una nebulosa, de la que se improvisan respuestas económicas.

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No hay expectativas de consensuar unos pactos con el respaldo logrado en 1977. El Parlamento actual está profundamente fragmentado e integrado por fuerzas que, más allá de la discrepancia, son beligerantes entre ellas. Los ciudadanos quieren que los políticos les resuelvan problemas, pero los resultados están ahí; no existe un proyecto a compartir, menos si se cuestiona el marco constitucional. Esto no se arregla con «charlas familiares», tan apreciadas por los autócrata. En 1977, el pasado de Adolfo Suárez despertaba prevenciones entre las fuerzas democráticas ajenas al viejo régimen, pero supo ganarse la credibilidad y nadie cuestiona su papel histórico.

En 2020, Pedro Sánchez tiene la credibilidad del pasado democrático, propio de vivir en una democracia, y en sus manos está dirigir un proyecto de Estado, como entonces, sobre una base amplia y estable, pero sus improvisaciones, contradicciones, insomnios o mentiras directas le restan credibilidad y autoridad para ello. Este Gobierno no ha cumplido 100 días y parece llevar una parte de la eternidad. A la vista de su gestión, lo que puede esperarse son los 'impactos' de la Moncloa.

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