La guerra del terror
«Atacar intencionadamente a la población civil constituye un crimen de guerra; la sinrazón de esos ataques no tiene carácter militar, porque su propósito es solo aterrorizar»
En la guerra como en la paz, solo los árboles más viejos y poderosos permanecen en el mismo lugar donde nacieron, guardianes ellos para siempre ... de la memoria y la dignidad de quienes los plantaron. En estos días de represalias rusas y misiles devastadores, los vecinos del distrito Goloseevsky, uno de los más antiguos y hermosos de la ciudad de Kiev, se despiertan cada mañana con el estruendo de los bombardeos rusos sobre la capital y se asoman inquietos mientras amanece al parque del Monasterio de Kitaevsky para comprobar si el castaño más viejo de Ucrania sigue en pie. Ese árbol fue plantado hace cuatro siglos por el monje ortodoxo rumano Petro Mohyla en lo más alto de la colina Starokievskaya, mirando a la ribera del Dniéper, para celebrar la paz con el rey de Polonia, que había anexionado por las armas grandes extensiones de tierras ucranias. Ese castaño hierático y viejo, rodeado de los cráteres abiertos por los bombardeos que no cesan, cuenta su gloriosa historia estos días a los supervivientes de otra guerra, exhibiendo desde sus veinte metros de altura el orgullo acumulado durante siglos por los ciudadanos que también temen a la muerte.
Si el triunfo en una guerra dependiera solo de la moral y valentía de la tropa, Ucrania habría conquistado ya su victoria frente al nuevo oso ruso, pero en ese conflicto bélico de trincheras movedizas y cañonazos fúnebres cuentan ante todo el arsenal de ambos contendientes y la resistencia o fragilidad de sus respectivas estrategias. Desde su madriguera moscovita, de la que sale para hacer negocios con sus escasos aliados, Vladimir Putin ordena bombardeos implacables contra la población civil de las grandes ciudades ucranianas para aplicar su venganza a la destrucción parcial de su símbolo y sentimiento imperial: el puente de Kerch entre Rusia y Crimea, divisa de su soberanía sobre las tierras y aguas ucranianas ocupadas.
Un nuevo episodio de la guerra en Ucrania se abrió esta semana con los bombardeos rusos del centro de Kiev y otra decena de ciudades, donde un aluvión de misiles de crucero, ataques con aviones no tripulados, calles destrozadas, edificios en llamas, refugios de urgencia bajo tierra y las decenas de víctimas mortales de civiles, han sembrado el pavor de la venganza, aunque el presidente ruso pretenda presentar tal tropelía como una represalia moral justificada. El agresor que anunció su asalto brutal contra Ucrania hace ocho meses con la ambigua etiqueta de 'una operación especial', abre su arsenal y emplea ahora centenares de misiles para aplastar a un enemigo correoso, cuyas milicias siguen avanzando paso a paso hacia la reconquista de los territorios ocupados por el intruso sin ley.
El terrorista del Kremlin ha encontrado la prueba misteriosa de la explosión provocada hace una semana por un camión que transportaba una carga explosiva que habría pasado por países del este de Europa, como Bulgaria. Aunque el objetivo de esa voladura es manifiesto, nada se sabe del 'modus operandi' y de quién perpetró ese atentado, que humilla al todopoderoso jefe de una rediviva Rusia imperial.
Con su acostumbrada obsolescencia verbal, Putin ha colocado al gobierno ucraniano, con una de sus réplicas cocida en una excitación convulsa, «en el mismo nivel de los terroristas más odiosos». A falta de soldados, el presidente ruso ha regresado a la vieja estrategia de un general acorralado y sin tropa: abrir el arsenal para llevar a cabo una campaña de bombardeos animada por los drones iraníes, un generoso armamento entregado en grandes cantidades desde el pasado verano por el régimen islamista de Teherán que ha hecho mucho daño en las filas ucranianas. He ahí su respuesta a su imaginario enemigo terrorista, una palabra de acusación extravagante y cada vez más esgrimida por Moscú cuando se ordena atacar intencionadamente a la población civil, acción que constituye un crimen de guerra.
La desesperación de los jefes del ejército ruso para fijar los objetivos a destruir es su único sentimiento humano en esta guerra a la que no se ve fin. Uno de sus primeros objetivos, marcados de manera reveladora, fue el famoso puente peatonal de vidrio por el que transitan cada mañana decenas de miles de personas en el centro de la ciudad de Kiev; una represalia de ojo por ojo que, lamentablemente para el Kremlin, sobrevivió al ataque mejor que su hermano sobre el agua de Crimea. Es esta una prueba fehaciente de que la sinrazón de esos ataques furibundos no tiene carácter militar, porque su propósito es solo el de aterrorizar.
El estruendo de la artillería rusa de Putin contra Ucrania, sus efectos inmediatos en la economía mundial y el abastecimiento de combustibles para el invierno han ahogado esta semana el trueno estelar del choque entre una nave espacial y el asteroide Dimorphos, a una distancia de casi once millones de kilómetros desde la Tierra.
Tampoco se ha subrayado en los telediarios el peligro que corre el castaño centenario del Monasterio de Kitaevsky, el más viejo de Ucrania, rodeado de socavones y cadáveres en Kiev. «Llevamos a cabo la primera prueba de defensa planetaria de la humanidad», declaró Bill Nelson, administrador de la NASA cuando anunció el miércoles pasado que el asteroide había variado su órbita y no colisionaría con la Tierra. A pesar de su valor casi profético, ni el meteorito amenazador ni el castaño de Kiev gozan del valor de la actualidad informativa, así que su noticia depende solamente de los cronistas, los científicos y los poetas.
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