Hay guerra, hay mal, hay muerte
«Basta ya de cargarnos con culpas colectivas. O de continuar inculpándonos por los desmanes que unas cuantas naciones europeas pudieron cometer en el pasado contra otros pueblos»
No lejos de nosotros, en un país parecido al nuestro, poblado de personas en que podemos perfectamente reconocernos, irrumpió la barbarie en forma de guerra. ... Cayeron las bombas, gritaron las sirenas, tanques y soldados cercaron la capital. Como en la España de hace casi cien años, las democracias occidentales abandonaron a su suerte a europeos que habían elegido seguir el camino de la libertad y de la democracia. Sin embargo, hay alguna diferencia: mientras que –a izquierda y derecha– entonces se conocía muy bien quién era y donde estaba el enemigo, hoy los extremistas de uno u otro lado no saben a qué bando apoyar o con cuál sentirse identificados. Así, ultraderechistas e izquierdistas de la vieja escuela (desde Trump a Maduro) han aplaudido la sagacidad o determinación de Putin como gran líder mundial. No sólo ellos, también los ilustres plañideros que siempre aprovechan la menor oportunidad para exhortarnos a la autoflagelación han centrado sus críticas y descalificaciones –en esta ocasión– sobre la presunta debilidad de la Unión Europea, que sin duda tiene carencias y defectos, pero cuya mera comparación con el gobierno autoritario de Putin constituye un dislate obsceno e inoportuno.
Tampoco parece lo más pertinente el responder al ataque inhumano de semejante dictador con lemas que se limiten a un genérico 'no a la guerra', cuando lo que necesitan los ucranianos es que se les apoye en su lucha desigual y no cantinelas o lecciones de ingenuo pacifismo. De ello, así como de los tecnicismos que impedirían intervenir a la UE o la OTAN, se quejan –no sin razón– quienes en Ucrania se han visto obligados a defender su independencia y dignidad con las armas en la mano. Afortunadamente, las gentes que se han manifestado en muchas ciudades de España y de Europa –e incluso también de Rusia– no reducen sus protestas a una desaprobación abstracta de la guerra, sino que han señalado al culpable de que el belicismo vuelva al horizonte europeo. Y en la UE, en general, y en Alemania, en particular, ante el ejemplo que Ucrania está ofreciendo al no dejarse arrollar por la brutal invasión ordenada por Putin, se empiezan a rectificar ciertas tibiezas iniciales y se responde con sanciones cada vez más duras y un declarado propósito de dedicar mayor presupuesto a nuestra defensa.
Otro enfoque igualmente erróneo –por piadoso que se pretenda– es el de culparnos todos de lo ocurrido. Es torpe –e intolerable– considerar que existen razones o argumentos válidos tanto por parte de los invadidos como de los que invaden. Y no menos inapropiadas resuenan frases como la siguiente para definir lo que ocurre: una 'derrota de la humanidad'. Basta ya de cargarnos con culpas colectivas. O de continuar inculpándonos por los desmanes que unas cuantas naciones europeas pudieron cometer en el pasado contra otros pueblos. En la actualidad, Europa debe estar a la altura de sus expectativas y de los valores que defiende. Porque Europa es mucho más que la UE y más que unos intereses económicos o unos territorios: es una idea, una aspiración; y tiene que volverse consciente de que ha de proteger su legado allí donde éste sea abrazado o escogido. Y que este legado no es otro que el de un relato de humanidad en progreso y un proyecto de respeto universal de los derechos humanos.
Del mismo modo, tenemos que tomar conciencia como europeos y como demócratas de que ha habido, hay y siempre habrá enemigos de la humanidad, de esa humanidad que desea prosperar en igualdad y bienestar. No de otra manera hay que considerar a quien amenaza ya a otros territorios de Europa –no sólo a Ucrania– o se permite aterrorizar al planeta entero con las armas nucleares de las que guarda el control. Así que no nos engañemos. Por muchos carteles de 'no a la guerra' que se le muestren a Putin no va a dejar de prepararse para infligir daño a quienes se resistan a sus planes imperiales. Los verdaderos enemigos del proyecto humano existen y pueden en cualquier instante retrotraernos al odio o imponer la crueldad. Hay guerras, hay maldad, hay muerte, aunque no queramos. Enemigos de lo justo y de lo bueno. Vladímir Putin es uno de ellos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión