La guerra continúa
«Putin asegura que son las naciones occidentales las que, con su apoyo armamentístico a Ucrania, muestran el deseo de «prolongar la guerra». Él no, por supuesto. Sólo es un alma caritativa que pretende 'rusificar' a sus vecinos por las malas»
En la pasada semana se cumplían 100 días de una guerra que comenzó como una «operación militar especial» -según la versión oficial del gobierno ruso-. ... Y que nadie sabe cuándo podrá terminar. Aunque pocas veces ha resultado más claro de qué lado está la razón en un conflicto armado, a medida que se alarga la situación de lucha surgen algunas preguntas sobre el modo en que está desarrollándose. No hay duda de quiénes son las víctimas y quién el agresor; quién invade y quiénes son los invadidos; que Putin es -efectivamente- un autócrata y un gran manipulador. Sin embargo, en ambos bandos hay una destrucción y uso masivos de armamento que -se diría- pueden servir para la rentabilización de depósitos obsoletos y el enriquecimiento de quienes lo fabrican o venden.
En todo caso, lo que nunca ha de olvidarse es que, a diario, mueren o son heridos, empuñando esas mismas armas, cientos de soldados de una y otra parte. Y que, si fuera posible evitar esto con unas negociaciones satisfactorias o la utilización de determinadas armas defensivas para que las ciudades no sean destruidas, existe una verdadera responsabilidad: la de quienes parecen permitir -o hasta favorecer- que esta guerra se enquiste y continúe indefinidamente. Porque tal cosa daría a entenderse cuando se emiten frases equívocas, como la de Macron, pidiendo en una reciente entrevista que «no se humille» a Rusia (lo cual ha enfurecido al gobierno ucraniano); o cuando Trump amonestó virtualmente a Putin (en otra entrevista) diciendo que dejara de amenazar con misiles nucleares, ya que -según aseguró sin titubear- EE UU tendría la capacidad militar para derrotar a Rusia en el momento que sus dirigentes lo desearan.
Advertencia que cabe considerar como una fanfarronada, pero que, viniendo de un expresidente de Norteamérica, no debería tomarse a la ligera: los exdirigentes norteamericanos pueden permitirse el lujo de decir la verdad incluso sin querer, como le habría ocurrido a George Bush hace poco, cuando tuvo un inesperado lapsus y se traicionó, al hablar de las atrocidades de la invasión de Ucrania. Bush cambió el nombre de Ucrania por el de Irak: toda una confesión -o quizá expiación- involuntaria.
¿Qué pasa, pues? ¿Que la guerra podría pararse y no se toma esa decisión? Y ¿por qué? ¿Por el miedo a un choque nuclear? ¿Por intereses armamentistas? ¿Por intrincadas geoestrategias cuyo propósito a largo alcance se nos escapa? ¿Por el afán inconfesable de traficar con la muerte y la desgracia ajena? Porque lo que está sucediendo ya es suficientemente peligroso: las zonas ucranianas donde van librándose inacabables batallas se convierten en auténticos almacenes de artilugios fuera de control; y de minas o de bombas sin explotar; de armas que se abandonan, amontonan y revenden. Ese arsenal oculto constituye una fuente inagotable de aniquilación y de terror cara al futuro. Y el negocio del siglo para ciertos poderes en la sombra. Los formados por quienes sacan provecho tanto de destruir países como de reconstruirlos; por los que se enriquecen o vuelven aún más opulentos con el dolor y llanto de otros.
Mientras, se intensifica la pugna por el empleo de misiles más potentes y sofisticados. Ante el anuncio de que Ucrania dispondrá de cohetes capaces de alcanzar blancos situados en la propia Rusia, Putin ha contestado amenazando con el ataque a nuevos objetivos. Y, acto seguido, las fuerzas invasoras tornaron a disparar sobre suburbios de Kiev y -de acuerdo con fuentes de información ucranianas- a «rozar con un misil la principal planta nuclear del sur del país». De otro lado, rusos y ucranianos se culpan mutuamente de haber bombardeado el santuario de Todos los Santos en Svyatohirsk Lavra, como un símbolo de los muchos inocentes anónimamente masacrados en esta contienda.
Putin, además, asegura que son las naciones occidentales las que, con su apoyo armamentístico a Ucrania, muestran el deseo de «prolongar la guerra». Él no, por supuesto. Sólo es un alma caritativa que pretende 'rusificar' a sus vecinos por las malas, pero con la mejor intención. Y, así, la guerra prosigue día tras día. El riesgo para todos también.
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