El Gobierno
Pues no sé qué le diga ·
La separación de Ciencia e Innovación y Universidades es cuestionable; es un riesgo para la imprescindible vinculación entre la docencia y la investigación, y un inconveniente para la progresión en esos 'rankings' donde aspiramos a estar en alzaDe cualquier Gobierno se pueden hacer múltiples valoraciones. Pasa en esto como en aquellas famosas clasificaciones de los animales, de las plantas, o de los ... minerales, que nos afanábamos por aprender y comprender en los lejanos días de la escuela de nuestra infancia; nos extrañaba que fueran tantas las clasificaciones cuando los seres clasificados eran los mismos, hasta que pudimos atisbar que todo dependía del criterio que se utilizara en la tarea. Más tarde percibimos algo más: que todas las clasificaciones tenían cierto grado de parcialidad, y por eso todas eran relativas en su valor; pero también que todas tenían sentido y mostraban una perspectiva cierta de la realidad, siempre que el criterio de ordenación estuviera bien elegido, tuviera eficacia clasificatoria y fuera aplicado con rigor metodológico.
Ya disculparán que haya recurrido a tan peregrina comparación (¡ya les digo que fue la primera que se me vino a la mente!), pero con el asunto al que me refería pasa algo similar. A cualquier Gobierno se le puede valorar, y clasificar, utilizando muchos criterios, y muy diversos. Se le puede enjuiciar a priori, incluso antes de estar formado, si el criterio está relacionado con la preferencia ideológica, o con cualquier otra circunstancia subjetiva que determine, como prejuicio, lo que para uno es bueno o malo de antemano; vale y es legítimo, pero no parece que sea el más objetivo de los criterios. Cabe también valorarlo una vez formado, analizando su composición personal o su estructura organizativa; aquí hay bastante más enjundia. Porque en la composición personal se pueden manejar ingredientes ciertamente interesantes: si sus miembros tienen cualificación, experiencia, aptitudes, mérito y capacidad, etc.; si, habiendo precedente inmediato de Gobierno saliente, se aprecian motivos para que sigan los que siguen, para que salgan los que salen, o para que entren los que entran; si hubo apoyos o condicionamientos, internos o externos, decisivos para el acceso al cargo. Ya pueden imaginar lo sugerente que resulta esta perspectiva y las curiosas variantes aplicativas que sugiere, por ejemplo, cuando se mezcla la posición política con el vínculo sentimental. Mucho más útil considero tomar la estructura organizativa como base para la reflexión, y a ello voy. Pero cabe, por fin, evaluar a un Gobierno por su actuación, por sus acciones y omisiones, por sus cumplimientos e incumplimientos; o sea, por lo que hace y no hace, y por qué lo hace o no lo hace, más que por lo que es, y por qué es como es. Necesita esto su tiempo, y tiempo habrá, en tanto haya duración; y se podrán analizar decisiones concretas relevantes y líneas de actuación, explícitas o implícitas, con sus motivos y sus efectos; sea de vez en cuando, sea con periodicidad establecida, sea al final de un mandato, cuando llegue, sea a partir de lo prometido, o de lo sobrevenido. Fíjense, pues, si hay tela. Ya dice un amigo mío que en estos tiempos es importante la memoria histórica, para saber de dónde venimos; pero tanto o más es la memoria próxima, esa que habita en las hemerotecas y en las redes, para saber quiénes somos. No lo pierdan de vista.
Así que me quedo hoy con eso que llamo la estructura orgánica del Gobierno, la que se expresa en el correspondiente Real Decreto por el que se reestructuran los departamentos ministeriales, que he leído y releído con atención. Como ya ha sido ampliamente comentado, llama la atención el número final resultante: 22 ministerios, con cuatro vicepresidencias superpuestas. Obviamente, más de los que había, pero no me atrevo a asegurar de antemano si son muchos, o si son demasiados; que un Gobierno de coalición necesite más margen de distribución y reparto, es evidente, pero también es relativo. Nada hubiera impedido un reparto razonable de los ministerios habituales, incluso con reasignación de tareas, como tantas veces se ha hecho, evitando desdoblamientos que ofrecen algunas dudas de racionalidad o de eficacia. Así, por ejemplo, la separación de Ciencia e Innovación y Universidades es cuestionable; es un riesgo para la imprescindible vinculación entre la docencia y la investigación, y un inconveniente para la progresión en esos 'rankings' donde aspiramos a estar en alza. Como creo que lo es la disociación entre Trabajo y Seguridad Social, de tan largo y justificado enlace. También lo es la configuración del Consumo como materia segregada de sus conexiones tradicionales, que fueron la sanidad, e incluso la alimentación; tengo, además, dudas de que baste sin más para dar ámbito a un ministerio propio, cuando, más allá de la legislación básica, la mayor parte de su desarrollo normativo y ejecución reside en las comunidades autónomas. O la asignación de Igualdad, política transversal donde las haya, a un ministerio concreto, cuando su ubicación lógica y más eficaz estaría en una vicepresidencia. Al contrario, llama la atención que otras materias significativas no aparezcan en el rótulo de ningún ministerio, ni siquiera estén asignadas a una secretaría de Estado en concreto; es el caso de la vivienda, o quizá el de la dependencia, cuando hay ministerios que cobijan secretarías de Estado con su mismo rótulo. Y, puestos ya a afinar, llama la atención la diversidad de funciones (asesoramiento, coordinación, prospectiva, estrategia, comunicación, etc.), y de poder efectivo, que se ha acumulado en el gabinete de la Presidencia del Gobierno, con asignación personal a su director; un verdadero ministerio de hecho, tal vez el número veintitrés, o tal vez el número uno, ya se verá.
Muchos otros detalles merecerían comentario, pero quede por hoy lo principal: es posible que una buena parte de la estructura examinada tenga directamente que ver con la novedad de la coalición, ya responda a la necesidad de repartir, o a la conveniencia de neutralizar. Quizá nos falte experiencia al respecto, y todo se deba a eso; pero habrá que demostrar con claridad que la falta de costumbre no está reñida ni con la racionalidad en la organización del Gobierno, ni con la eficacia en su funcionamiento. O eso me parece a mí.
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