Sin Gobierno
Pues no sé qué le diga ·
«No es extraño que, en estos procesos electorales recientes, aunque haya sido en forma desigual, la progresión de los nuevos se haya detenido o ralentizado y el asentamiento de los viejos se haya reforzado»Que hayan pasado ya dos meses desde que se celebraron las elecciones generales del 28 de abril y las expectativas en cuanto a la formación ... de gobierno estén aún tan confusas, como mínimo, llama bastante la atención y empieza a ser preocupante. Porque, si bien se mira, el paso del tiempo y todo lo que ha sucedido desde entonces hasta ahora, lejos de aclarar el panorama político, más bien lo ha ido oscureciendo. Observen un dato bien curioso: aquella noche electoral del 28 de abril prácticamente todos los comentaristas que analizaron el resultado, lo mismo que los titulares de prácticamente todos los medios de comunicación al día siguiente, coincidieron en una misma impresión. Hay un partido que ha ganado con holgura, la diferencia con el siguiente es sustancial, los números no dan para otra alternativa distinta que sea factible, y, por tanto, aunque no vaya a ser sencillo sumar votos suficientes para una investidura de mayoría absoluta en la primera votación, no habrá dificultad para formar gobierno con cierta rapidez, por supuesto antes del verano. Bastará que pasen las siguientes triples elecciones a final de mayo y que se constituyan las instituciones afectadas, ya que estas tienen plazo fijo, y, a partir de ahí, con todo el panorama ya asentado, lo otro será cosa de días. Más o menos, esta era la impresión dominante. Y el país, en general, descansó razonablemente tranquilo: como si la pasada doble legislatura (2015-2016, sin gobierno; 2016-2018, con gobierno del PP tras la repetición de elecciones; 2018-2019, con gobierno del PSOE tras la moción de censura) fuera una experiencia a no repetir, felizmente superada por un resultado electoral más claro que, admitiendo distintas opciones, conduciría en todas ellas a un grado suficiente de estabilidad. ¡Un país gobernable otra vez!
Pues ya ven. El tiempo transcurrido no ha confirmado aquel pronóstico. Si entonces hubiéramos preguntado por la hipótesis de que no se pudiera formar gobierno a corto plazo, y no digo ya por la eventualidad de que las elecciones tuvieran que repetirse, nadie hubiera dado crédito. Y, sin embargo, salvo que todo obedezca a estrategias de órdago y nerviosismo estudiadas al límite del precipicio, que a estas alturas ya no lo parece, la impresión que da es que las trincheras se han hecho en estos meses más anchas y más hondas a la vez; o sea, que se han cavado trincheras donde parecía no haberlas, a la vez que se han hecho más profundas las que había de antemano. Como si otra vez se hubiera abierto un boquete entre la sociedad y la política, de manera que la sociedad expresó una voluntad en las urnas y la política no fuera capaz de entenderla y aplicarla. Y peor aun, como si, por encima incluso de las ideologías, se hubieran impuesto las filias y fobias personales, contaminando la política de animadversión.
Tal vez esto sea lo más preocupante, la frecuencia con la que se exhiben actitudes de rechazo, a menudo adoptadas de antemano y como posición de principio, sin que se sepa bien si obedecen a una discrepancia fundada y objetiva, o a una desconfianza personal por motivos más o menos confesables. Y así ocurre que va creciendo la confusión, que la percepción sobre la evolución política en nuestro país avanza en negativo y que incluso pasan cosas que tienen un tono peligrosamente degradante. Hace unos años, cuando esa mezcla tan nociva entre crisis, desigualdad, corrupción y falta de representatividad, facilitó la aparición de nuevas expresiones políticas que alcanzaron importante respaldo con rapidez, se extendió una sensación favorable a la pluralidad, asociada inicialmente a nuevos tiempos y a nuevas formas; enseguida se dio por muerto al llamado bipartidismo, considerado como un fenómeno a superar. No me atrevería a decir que hoy esta opinión esté tan asentada como lo estuvo. Por aquí y por allá oigo voces que, desde puntos de vista muy distintos, coinciden en un análisis tan simple como concluyente: los nuevos han traído diversidad y pluralismo, hay más opciones con capacidad representativa entre las que se puede elegir, pero aún está por ver que, además de eso, aporten utilidad; gastan más tiempo y más energía en ocupar espacio político que en ver la forma de contribuir a la gobernabilidad de las instituciones, como si estuvieran más para complicar que para facilitar. Y aunque los viejos no se libren tampoco de este análisis, en cuanto a tolerancia, flexibilidad, generosidad y altura de miras, la carga de la prueba está inclinada hacia los nuevos con más intensidad. Lo que es lógico: ellos vinieron a este mundo a corregir defectos, no a reproducirlos ni a incrementarlos. ¿No es, en fin, sorprendente que entre el PSOE y Ciudadanos sea donde hoy hay más distancia cuando, por su centralidad, serían los principales llamados a proporcionar estabilidad?
Así que no es extraño que, en estos procesos electorales recientes, aunque haya sido en forma desigual, la progresión de los nuevos se haya detenido o ralentizado y el asentamiento de los viejos se haya reforzado. Basta comparar el tránsito de las elecciones generales a las municipales, con solo un mes de diferencia, para comprobarlo con suficiente claridad. Aun después, en los estudios que empiezan a hacerse de lo que pasaría si finalmente hubiera que repetir elecciones, esa tendencia sigue creciendo.
Imagino, pues, que los interesados serán conscientes de esto; pero no me atrevo a afirmar que les preocupe, o que le den la importancia que yo creo que tiene, incluso para su propio futuro. Vistas algunas cosas que hemos visto, cabe dudarlo. Señalo una: participar en una coalición en la que no se cree y aceptar a cambio apoyos para que termine dirigiendo una institución alguien de los que tiene la menor representación en ella no es nada edificante; como no lo es poner la presencia personal por delante de la coherencia o de la orientación de un proyecto de gobierno. Y si estas cosas pasan, y se adornan con el marchamo de lo nuevo, no habrá muchos argumentos capaces de cambiar esa dinámica que lleva, en perjuicio del interés general, a la inestabilidad, a repetir elecciones, o a todo junto.
Pronto lo veremos. Y a mí, que nunca me gustó el principio del 'no es no' en ninguna dirección, lo que me gustaría ahora es no tener razón.
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