Gestiono mal las emociones
CRÓNICA DEL MANICOMIO ·
«Antes, hace unas décadas, nos inquietábamos por la preocupación de ser auténticos, tener un proyecto vital y un sentido en la vida»Esta frase de apariencia sencilla resulta de mucha utilidad. Como no dice nada, sirve de coartada o comodín para quien quiere ocultar algo y, por ... supuesto, para quien no tiene nada que ocultar. Esto último es lo que quería subrayar. Hoy en día, con relativa frecuencia oímos quejas sobre la simpleza con que las gentes tratan sus asuntos emocionales. Se lamentan de que la gente ha perdido penetración psicológica y de que todo lo que antes pertenecía a la esfera de lo íntimo ahora es más pedestre y superficial.
Los filósofos también afinan sus ideas en esta dirección. La metafísica, la ontología, la casa del ser, que antes atraían su atención y especulación, ahora tienden a subir –que no a elevar– sus conceptos a la superficie y se vuelven más sociológicos que trascendentes. El afuera se impone sobre el adentro. La verdad no refulge tanto en el interior del hombre sino en su exterior.
En el campo psicológico sucede algo parecido. La psicología profunda que inauguró Freud hoy es desplazada por otra psicología más epidérmica, atenta a las conductas de las personas antes que a sus deseos. El estudio de los deseos llevaba a rebuscar en el conflicto interior que cada uno lleva injertado, mientras que ahora nos basta quejarnos y reprochar a la vida cotidiana del origen de nuestros males. Donde antes había que estar atentos a la ambición de cada uno, a su narcisismo, a su insaciabilidad, al afán de dominar al otro, así como a la atracción de los ideales o las prohibiciones de la moral, en el presente toda la explicación concluye en los estragos de la vida diaria o las disfunciones del cerebro. No es de extrañar, por lo tanto, que como explicación de su angustia o su depresión muchos recurran a quejarse del mal funcionamiento de las sinapsis cerebrales o a protestar por «gestionar mal las emociones». Incluso son capaces de reducir el tropiezo con el otro a la fórmula de tener una «amistad tóxica» o a cualquier otro tópico del mismo calibre.
Antes, hace unas décadas, nos inquietábamos por la preocupación de ser auténticos, tener un proyecto vital y un sentido en la vida. Ideas que estaban cargadas de influjos religiosos y existencialistas que nos servían para promover la introspección y poner un perímetro en la vida. Había una religión o una filosofía detrás de estas preocupaciones, aunque fuera una filosofía nihilista. Pero detrás de la idea de mala gestión emocional o de amistad tóxica no hay nada más que discursos cargados de estereotipos, modas y frases breves que cada uno extrae de las redes o repica como fabricante de las mismas.
Lo anímico y lo subjetivo van siendo barridos y sustituidos por lo superficial, naíf e insulso. O esa impresión da a partir de cierta edad.
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