Freud
«Junto a la ruptura radical, que cuestiona la moral y las ideas de su momento, convive otro Freud de costumbres patriarcales, de visiones poco feministas o antifeministas y de conformismo burgués»
Cien años después de publicarse 'La interpretación de los sueños', la imagen de Freud es muy contradictoria. Nadie puede negarle su genio, el hallazgo del ... inconsciente y el descubrimiento del sentido de los síntomas, es decir, del secreto de esa cefalea, de ese dolor nervioso o de ese insomnio intempestivo que nos defiende vaya usted a saber de qué. Pero si en algo se mostró vanguardista frente las costumbres e ideas de su tiempo, fue por subrayar la importancia de la sexualidad infantil en nuestro desarrollo. Una sexualidad, por otra parte, bisexual, polimorfa, autoerótica y sin normas.
De su importancia da cuenta la infinidad de términos y nociones que acuñó y que hoy forman parte del acervo lingüístico común, desde el propio inconsciente a los conceptos de sublimación, represión, superyó, proyección o complejo de Edipo. Thomas Mann dijo que «con él ha venido al mundo una suspicacia serena, una sospecha desenmascaradora que descubre los escondites y los manejos del alma. Esa sospecha, una vez despertada, no puede volver a desaparecer nunca del mundo».
Sin embargo, Freud también contiene el sabor de una antigualla. La desconcertante aceleración de los hábitos sexuales y de las nuevas identidades durante las últimas décadas, al socaire siempre del auge feminista, han puesto al descubierto su dependencia de un tiempo con el que, lógicamente, se identificó de buen grado en muchos aspectos. A fin de cuentas, nadie es revolucionario del todo ni nadie es capaz de desembarazarse al completo de los corsés que la historia impone a su época. Por eso, por su temperamento creador, conviven en él las dos caras de una misma moneda. Junto a la ruptura radical, que cuestiona la moral y las ideas de su momento, convive otro Freud de costumbres patriarcales, de visiones poco feministas o antifeministas y de conformismo burgués en su más pobre sentido.
Este segundo Freud es el que a muchos les interesa destacar en el presente, quizá para salvaguardarse del primero, que sigue siendo inquietante y dañino para quienes huyen de su propia verdad. Este otro Freud es el que despierta actualmente la ira de los activistas, dadas sus explicaciones sobre la castración, la envidia del pene, el masoquismo femenino o por sus ideas sobre la mujer considerada como un hombrecito de escasa consistencia moral.
Muchos son quienes, tras descubrir estos principios teóricos tan decimonónicos, hoy casi insultantes, en quien ha sido uno de los revolucionarios sexuales más importantes de la historia, reniegan globalmente de su aportación, si es que no lo habían hecho ya antes apelando al positivismo y a la excusa de la falta de cientificidad.
En cualquier caso, su presencia sigue dividiendo a los hombres entre los que aceptan su lectura de la realidad, con todos los matices que se quiera, y quienes le rechazan de plano y no quieren ni oír hablar. Por algo será.
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