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Sostuvo Truman Capote que la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero es sutil pero brutal. Lo mismo podría afirmarse de la diferencia entre ... amor patriótico y sentimiento nacional, cuya distinción puede parecer tenue pero acaba siendo bestial.
Elevar el concepto de nación al de patria es precisamente el efecto negativo del nacionalismo radical. Un patriota puede definirse como un nacionalista que fía su identidad al intento de reducir el concepto de país al de nación y el de nación al de patria. Siguiendo esta inquietante escala, el patriota se incuba en un país amplio, generoso y dicharachero, como lo son todos los países más o menos, pero madura encogido, con las ideas tersas y escasas, y con la necesidad de pertenecer a un círculo cada vez más excluyente y estrecho. Esta es la evolución o, mejor dicho, la involución de quien nace libre mirando el horizonte y acaba combatiendo, lanza en ristre, contra los molinos de la patria.
En general, uno siente aprecio y permanente nostalgia por el paisaje, suelo, gente, costumbres y vecindad de su infancia. Aunque también es habitual que alguno de estos aspectos se nos atragante y nos deje sin aire cuando lo volvemos a respirar. Incluso puede suceder que todos ellos en conjunto nos despierten un rechazo pertinaz. Hay quien se resiente de náuseas y mareos en cuanto asienta los pies en su tierra natal. Los recuerdos le obligan a ponerse a salvo y eludir una tortura que le resulta imposible soportar.
No es lo mismo amar a tu país, a tu cuna natal y salir en defensa de tu linaje, que amar a tu patria. En el primer caso es una emoción particular, de carácter horizontal, con límites pero sin fronteras mentales, sin rechazo manifiesto o latente hacia quien pasa por allí o decide quedarse en el lugar. El paisano no necesita ser reconocido por su origen, ni se siente un elegido por haber nacido en uno u otro país. Lo asume más bien como producto de un azar, de una casualidad que no le compromete. Un paisano, aún o para siempre apátrida, se recrea ampliando su espíritu todo lo que puede y presentándose como vecino de un edificio, habitante de un barrio, munícipe de una ciudad, residente de una región, miembro de una nación, ciudadano europeo y cosmopolita universal. En cambio, un patriota necesita una comunidad muy específica y apretada para no perder la vertical. Precisa rodearse de personas del mismo color, culto, raza y sangre para no sentirse como un fulano cualquiera, como un individuo anodino e insustancial. No consiente la posibilidad de presentarse ante sí mismo como simple paisano o conciudadano sin más. Precisa algún distintivo específico que le distinga, de algún galón que haga de él, a su pesar o voluntariamente, un personaje sectario y excluyente.
Naturalmente, estas consideraciones que acabo de formular forman parte de una ideología, que puede ser compartida, matizada o fieramente rechazada. Para algunos, como yo mismo, son principios básicos, universales e inapelables, mientras que para otros son un racimo de ideas sesgadas y cobardes. Pero es evidente que estamos ante el escenario principal de toda refriega, en el frente donde finalmente las personas dirimen sus diferencias y su alteridad. El otro puede presentarse como aliado o como enemigo, pero en el momento en que se agrien las relaciones la primera inclinación de casi todos será sacar las banderas que identifican una localidad. El escritor Franz Grillparzer, que murió en 1872, es dueño de una frase memorable y muy actual pese a su pasado distante: «De la humanidad a la bestialidad a través de la nacionalidad».
Valèry escribió en sus 'Cuadernos' que las consideraciones puramente nacionales conducen a las naciones a su perdición. «Me gustaría, añadió, que una nación fuese muda en cuanto a su gloria y sus ventajas, y que no hablase nunca de sí misma». Valèry siempre comparece como un compañero afín, un personaje lúcido y exigente, al menos en estas cuestiones referentes al patrioterismo nacional.
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