El daño
«Arañar el corazón ajeno no es un atributo propio del presente. Es, sencillamente, el mal universal. Es la condena de quien no ha tenido suficiente ternura al lado como para aprender a lamer y a besar»
No hay condición más adversa que la de quien no sabe acercarse al corazón ajeno sin hacerle daño. Tratar de aproximarse a otro y al ... querer intimar acabar raspando, irritando o haciendo sufrir es sin duda una de las experiencias más amargas de la vida. Y, sin embargo, es un mal muy extendido que causa angustia y soledad. Incluso se piensa que es un defecto propio de la subjetividad moderna. Aunque quizá el defecto de los modernos consista en esto, en creer que todo ha cambiado y que las cosas están en continuo tránsito. Sin embargo, basta con leer a Cicerón, a Plutarco o a Tácito para comprender que las experiencias básicas de la existencia conservan la misma e inalterable sustancia. El amor sigue siendo imposible, la guerra no descansa y los duelos persisten. Cómo se haga el amor, la guerra o la visita a los cementerios es lo de menos. La forma es un revestimiento superficial. Igual da hacerlo en virtual, en metaverso, en analógico o en manual. Las apariencias no engañan, aunque juguemos a hacerlo. Son solo apariencias y autoengaños. Quizá nos creamos nuevos y recién estrenados a cada momento, porque eso llena la vida de historia, de ilusión y de ese descontento que empuja la vida y le concede la frescura de la juventud.
Arañar el corazón ajeno no es un atributo propio del presente. Es, sencillamente, el mal universal. Es la condena de quien no ha tenido suficiente ternura al lado como para aprender a lamer y a besar. La ternura se transmite de padres a hijos como un capital inalterable y edificante. La ternura como la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Quien recibe caricias de niño sabe repartirlas de mayor. Llena los depósitos de una vez para toda la vida. Quien no tiene esa suerte queda castigado a lijar los corazones y causar dolor. Sufrir y hacer sufrir es una condenada despiadada que se hereda de padres a hijos. Cuando decimos que de tal palo tal astilla nos estamos refiriendo al dolor y la ternura. Nada hay más hereditario que estos sentimientos. Más que el color de los ojos, la calvicie o la estatura.
Cuando has aprendido estas reglas de vida lo primero que haces es observar a las personas por si tienen espinas. Si no las encuentras sentencias con contundencia que fulanito es buena gente. Y callas a continuación. Lo afirmas sin más explicaciones ni pamplinas, pues al decir buena gente das por concluida tu opinión, sin adornos ni apostillas. No se puede ni conviene decir nada más, porque cualquier añadido rompe el encanto y la seguridad. Lo dices y lo repites en voz alta, eso sí, en cuanto tienes ocasión y hay algún oyente. El descubrimiento de la ternura ajena se convierte en una noticia de obligada difusión.
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