La falta
CRÓNICA DEL MANICOMIO ·
«Sin pecar y culparnos nos paralizamos. Dejamos de lado las aspiraciones, las reparaciones y el socorro que prestamos»El concepto de 'falta' no es una noción accesoria. En principio, por su sencillez y obesidad semántica, no da muestras de poseer méritos suficientes para ... destacar en nada. No obstante, poco a poco se ha ganado el derecho a figurar en el panteón de las ideas grandes y bien pavimentadas.
La falta es la brújula y sostén del deseo. Es el piloto del destino que elige el rumbo y la velocidad con que vivimos. Identifica las señales de lo que queremos, porque aún no lo tenemos, y de lo que tuvimos, porque lo perdimos. Y aproxima ambas señales hasta hacerlas coincidir. Nos obliga a pensar que todo lo que buscamos ya lo habíamos tenido y que el deseo no hace otra cosa que rastrear un objeto perdido para recuperarlo de nuevo.
Del mismo modo que el conocimiento platónico se nutría de reminiscencias y recuerdos, es decir, de comprobar que cuanto aprendemos ya lo habíamos sabido, y que el conocimiento se limita a despertar los recuerdos dormidos, el deseo busca siempre lo que ya habíamos tenido y que ahora echamos de menos.
Pero esto no lo sabemos, es un secreto vital, aunque yo ahora lo haya revelado imprudentemente y deba solicitar de inmediato que el lector se vuelva incrédulo. Necesitamos creer que el deseo olfatea algo nuevo, pues sin novedad el deseo se agosta y la vida se estanca en una nada melancólica. Incluso, aunque no lo lleguemos a reconocer, la felicidad consiste en no alcanzar nunca lo que deseamos. El amor sólo se mantiene si tiene una vía de agua. No pasemos por alto que, si el deseo fuera capaz de recuperar lo perdido, moriría de inmediato. Se cruzaría de brazos. Dejaría de animar nuestra vida y hacernos felices persiguiendo quimeras y placeres que afortunadamente enseguida se borran o se caen entre las manos. Caeríamos en esa pasividad que llamamos depresión o en esa apatía vacía y resquebrajada que llamamos locura.
Los existencialistas avanzaron la idea de que el hombre es el ser por el que la nada llega al mundo. Y puede que sea cierto. Porque sin la amenaza de esa nada el deseo se empereza y se estanca. El motor de la nada es el propulsor de energía más coherente, el que nos 'arroja' al mundo desnudos para que sintamos la vergüenza del pecado, de la falta que nos empuja a sobrevivir y nos obliga a despertar el placer de los demás.
Sin pecar y culparnos nos paralizamos. Dejamos de lado las aspiraciones, las reparaciones y el socorro que prestamos. Sin culpa crece la inocencia, que es el sentimiento más cercano al odio. Por eso Epicuro, pese a la oposición cristiana, sigue siendo el dios más humano de la historia. El amigo de sus amigos. El capaz de convertir la moral en el supremo placer y el placer en el único camino para la moral. Oído lo cual, quizá haya que dar la razón a Capote, y el misterio de la vida no sea otra cosa que «cerezas frescas hervidas en crema de leche, sazonadas de ajenjo y servidas en la vagina de una bella mulata recostada».
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